1.1 Un cuarto intermedio en la lucha de clases
Eric Hobsbawm hablaba de un “corto siglo XX” para referirse a cómo todas las condiciones del siglo pasado estuvieron marcadas por el surgimiento de la revolución rusa (1905-1917) hasta la caída del estado soviético en 1990.
Los 33 años que pasaron desde el ‘89 a la actualidad, podríamos declararlo como ciclo de transición. Un spin-off en el que la trama y los actores principales, la oposición histórica del proletariado y la burguesía, quedaron en segundo plano cediendo la escena a nuevos sujetos sociales. La hegemonía imperialista de Estados Unidos se mostraba inequívoca, los avances tecnológicos y la democracia burguesa se abrían paso como una topadora, disuelto el bloque soviético, las amenazas de guerra nuclear eran catastróficos relatos del pasado. Se abrió paso una época en la que parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
Incluso “las izquierdas” parecían subirse al caballito de estas concepciones que, por supuesto, ilustramos irónicamente. El auge del autonomismo primero y luego su fusión con los gobiernos neo progresistas fueron síntomas de este fenómeno. El cuestionamiento del leninismo y su teoría de partido revolucionario, e incluso el abandono del socialismo como perspectiva, pasó a ser moneda corriente entre académicos del viejo PC y la vanguardia de las décadas anteriores.
El trotskismo, que venía de años de una muy dificultosa acumulación bajo la presión del estalinismo y los movimientos nacionalistas burgueses en los países de la periferia, sufrió también el embate del capitalismo individualista, posibilista y neoliberal que se abría paso. Todas las corrientes sufrieron el choque de expectativas con el supuesto “fracaso” del socialismo. En Argentina, en este momento se enmarca la crisis y fragmentación del viejo MAS morenista.
La pérdida de la perspectiva socialista en las masas obreras no podía no desmoralizar ampliamente a una parte de la militancia. Sin embargo, las contradicciones sociales no se solucionaron ni mucho menos. En todo el mundo siguió habiendo procesos de lucha y resistencia obrera y popular.
Reducidos y prácticamente aislados, los grupos trotskistas resistieron el embate, reafirmando, en un contexto de total adversidad, la centralidad de la clase obrera, el leninismo y la lucha por el poder de los trabajadores como perspectiva. Defender la verdadera teoría de la revolución y la centralidad en la clase obrera, en este marco, se volvió una tarea estratégica de primer órden.
1.2 Un recomienzo histórico con límites reivindicativos
Luego de pasado el primer impacto, con el neoliberalismo aprovechando el impulso para desarmar conquistas sociales, laborales y democráticas en todo el mundo, progresivamente, nuevas rebeliones y procesos de lucha han sacudido el orbe. A los movimientos anti globalización en Europa a fines de los ‘90 se sumaron luego las rebeliones en latinoamérica a comienzos de los 00, el auge del movimiento estudiantil en Chile, la primavera árabe en los ‘10, por poner algunos ejemplos.
El mundo pareció azotado por una ola de rebeliones populares y un avance de aspectos progresivos en la conciencia. Las manifestaciones de masas, aunque no obreras ni socialistas, pasaron a ser moneda corriente. Los gobiernos llamados “populistas” en Latinoamérica surgieron para reabsorber, o preventivamente apaciguar estos procesos de lucha, enbanderándose en sus conquistas.
En países de Europa hubo expresiones como Podemos y Syriza, en Estados Unidos, el aggiornamento del Partido Demócrata, fueron las expresiones políticas que intentaron capitalizar esas tendencias. A pesar de que en muchos sentidos lo lograron, por abajo los movimientos conquistaron muchísimo espacio cultural, social y organizativo, estableciendo nuevos consensos “progresistas” y “críticos” hacia distintos aspectos del sistema. Una nueva generación se hizo presente con sus reivindicaciones desde abajo.
Aunque el surgimiento de estos nuevos movimientos por fuera, y muchas veces rechazando, la tradición socialista y sus partidos parecieron dar la razón a autonomistas y neo reformistas, para el trotskismo, estos “vientos de rebelión” posibilitaron frenar la tendencia a la disolución, superar la crisis momentánea y comenzar un nuevo proceso de acumulación.
En este marco, se retomó la iniciativa por conquistar organizaciones nacionales en algunos lugares como Francia, Argentina y Brasil, e incluso representaciones parlamentarias. La lucha de clases se dinamizaba nuevamente.
Los movimientos pidieron verdadera democracia, derechos sociales, expansión de la ciudadanía o la caída de regímenes dictatoriales, pero en ningún caso aparecía una alternativa global al sistema capitalista y la democracia burguesa como perspectiva. Aunque habría que analizar caso por caso (habiendo excepciones como las huelgas generales en Grecia o la intervención del Canal de Suez en Egipto, etc), en términos generales, los trabajadores no intervinieron “como clase” en los procesos de rebelión, que fueron más bien populares, con presencia juvenil, etc.
Donde tenía algo de acumulación, el trotskismo logró dar algunos pasos ganando jóvenes de vanguardia de los distintos espacios de lucha e incluso algunos trabajadores. Si bien nuestro movimiento no logró dirigir procesos de masas, fue parte de las trincheras de lucha de los explotados y oprimidos, acompañando y expresando sus reivindicaciones y manteniendo, a grandes rasgos, una política de independencia de clase a la izquierda de los reformismos y nuevos progresismos.
Más que por la comprensión de su programa o por brindar soluciones globales, el trotskismo se construyó y ganó un lugar por luchar de manera consecuente por las reivindicaciones de los explotados y oprimidos, acompañando sus luchas y reivindicaciones.
El trotskismo fue, en esta etapa, una “máquina de luchar” que estuvo siempre junto a los de abajo. Su pequeño tamaño relativo, la falta de responsabilidades de masas y el contexto de un capitalismo sin alternativa sistémica (aunque con grandes contradicciones) le permitió abrirse un pequeño espacio ante la vanguardia como “el sector reivindicativo más consecuente y menos transigente”, allí donde logró alguna acumulación.
1.3 Un nuevo momento que requiere un giro programático
Llegando al primer cuarto del siglo XXI, el sistema capitalista se acerca a una nueva coyuntura bisagra. Todos los consensos mundiales post caída del muro de Berlín comienzan a ser socavados tendencialmente.
La hegemonía norteamericana se ve amenazada por el crecimiento comercial de China, sus propios problemas económicos y las tensiones geopolíticas; la guerra atómica vuelve a aparecer como posibilidad fantasmática en el marco de la invasión de Ucrania y el apoyo de la OTAN a Zelensky; outsiders de derecha con ideas pseudo fascistas surgen en todo el mundo cuestionando las libertades y derechos democráticos y propugnando un liberalismo extremo.
La tecnología digital, internet, la gran promesa del capitalismo y la expansión democrática de la información, ha trocado su rostro bajo sus nuevos dueños, esos caudillos de Silicon Valley que fueron desenmascarados interviniendo en procesos democráticos, manipulando la información, favoreciendo la ignorancia masiva mediante la proliferación de las fake news y haciendo negocios con la privacidad y los datos de todos los habitantes del mundo.
La libertad de consumo ha representado una brutal expansión de la precarización laboral y la pérdida de derechos laborales adquiridos. El desmantelamiento del “Estado del bienestar” y el cierre masivo de fábricas en Estados Unidos y Europa. Los nuevos sectores productivos basados en plataformas y home office reniegan de todo derecho laboral como “algo del siglo pasado”. Al mismo tiempo, sigue afectando a millones de almas el trabajo esclavo y trata laboral con las condiciones del siglo XIX en rubros enteros como la construcción, la minería, el extractivismo, y ni hablar del trabajo de niños en la industria textil y el campo.
La ecología se muestra al borde del colapso, con niveles de contaminación nunca vistos, que amenazan con llevar el metabolismo de la humanidad con la naturaleza a un punto de no retorno. El calentamiento global, las sequías y los incendios forestales ya producen millones de migrantes climáticos en todo el mundo.
La pandemia global ha generalizado el problema, ubicándolo en la mente de cada habitante del mundo. Saltando de los libros de texto al ámbito social, político y económico, acelerando todos los procesos de producción y reproducción de la vida social.
La crisis del Covid-19 expresó una consecuencia nefasta de las condiciones de producción de alimentos, puso a prueba los sistemas de salud y su mercantilización, reforzó el absoluto control social en países como China y aceleró tendencia mundial a la digitalización, con la entrada de todo el mundo al entorno digital y el avance de la “uberización” y el trabajo remoto en el mundo laboral.
Como contratendencia, los movimientos reivindicativos y de lucha siguen activos. Una ola de sindicalización atraviesa Estados Unidos y desafía a los nuevos unicornios como Starbucks y Amazon. La clase obrera europea vuelve a decir presente con una ola de huelgas como no se veía hace décadas, y los obreros chinos de la Foxconn enfrentan la represión policial y protestan por sus condiciones de trabajo y el autoritarismo y las biopolíticas de ingeniería social del PC.
Tras los límites de los gobiernos de todo tipo y color para gestionar la pandemia, el descontento popular hace pagar costes a los oficialismos del mundo, favoreciendo a los recambios de gobierno. Este fenómeno se da tanto donde gobernaban expresiones de derecha como en los países donde hubo gestiones más moderadas. El descontento es el signo de los tiempos.
Los subsidios a las parálisis productiva producida por la pandemia han significado una aceleración de la crisis económica mundial. El financiamiento del parate de la actividad económica fue financiado con emisión, representando el fin de las tasas 0 y el “keynesianismo financiero” estadounidense. La suba de las tasas de interés y el retorno de la inflación global amenazan con frenar las nuevas ramas productivas y volver a producir una burbuja financiera como la del 2008. Incluso utopías tecno-financieras como las criptomonedas se pulverizan ante la crisis de la economía real, y en las empresas Hig-Tech como Meta y Twitter campean los despidos en masa.
Por otra parte, la pandemia hizo saltar a escena el surgimiento de todo tipo de teorías conspiranoicas y fake news. Una base social de pequeños comerciantes de las ciudades enojados por las medidas restrictivas se radicalizaron contra la cuarentena, los subsidios del Estado a los pobres y los movimientos progresistas, haciéndose eco de esta propaganda negacionista.
Trump, Bolsonaro, Vox, Meloni, vienen a cuestionar el statu quo por derecha, a intentar dar una respuesta global reaccionaria a un capitalismo que comienza a mostrar un rostro más duro. Putin y Xi Jinping, desde otro campo, afilan sus armas denunciando el imperialismo yanqui, pero mantienen regímenes antidemocráticos extremos y amenazan con llevar el conflicto geopolítico a un punto de no retorno.
Ante un capitalismo en crisis y sin posibilidad de resolver por consenso, la ultraderecha expresa un darwinismo social extremo. Una política de “ganadores y perdedores” donde el rezagado debe ser aplastado por el más fuerte. Ante la crisis de alternativas y la larvada degradación de las oportunidades bajo este sistema, comienzan a aparecer frente al mundo como una solución reaccionaria, radical, pero que toma el problema en sus manos y lo mira de frente.
En contraste, los progresistas neo reformista que criticaron tímidamente al neoliberalismo de las últimas décadas pero se manejaron siempre sobre el supuesto de la democracia capitalista como único escenario posible, terminan vendiendo un posibilismo impotente que cada vez tiene menos para ofrecer y es visto como hipócrita para las amplias masas empobrecidas. La decepción con estas gestiones, vistas a grandes rasgos como “de izquierda” o “populares” hace que el primer rebote de la conciencia entre sectores de masas sea hacia la derecha.
La tendencia mundial a la crisis de la democracia burguesa es también una enorme crisis para todas aquellas corrientes que se propusieron “cambiar el mundo sin tomar el poder”. A los reformistas y la izquierda “light” que supuso la supuesta muerte de la clase obrera y que depositaron confianza, apoyaron o se fusionaron con las expresiones políticas neo reformistas, en creciente desgaste ante la evolución de la nueva situación política mundial.
Inevitablemente, también los partidos de izquierda sufren el golpe. Las organizaciones revolucionarias que se construyeron al calor de las rebeliones populares y sus reivindicaciones, que crecieron con los reclamos de los trabajadores, las mujeres y la juventud, a la sombra del crecimiento de los movimientos u organizaciones neo reformistas de masas, también entran en crisis ante una potencial radicalización de la situación que amenaza su quehacer político cotidiano.
Durante todo el período anterior, nos bastó con ser el “ala radical” de los movimientos de lucha, en momentos en que había posibilidad de obtener conquistas, mientras que nuestro programa global rara vez fue tomado en serio o encarnado por sectores sociales movilizados. Los trabajadores, cuando salieron a luchar, identificaron rápidamente que la izquierda estaba ahí para apoyarlos y el resto de las fuerzas para aprovecharse de ellos, pero dar un paso más en su conciencia y organización (más allá de la captación individual) ha resultado, en la mayoría de los casos, una odisea más allá de nuestro horizonte de posibilidades.
El sectarismo de muchos grupos de izquierda, la autoproclamación y su preponderancia a poner la propia construcción por delante, incluso en detrimento de conquistas organizativas, representaciones o espacio de frente único, tampoco ha ayudado a que la izquierda sea vista como un afuerza seria y responsable para la clase trabajadora.
Cuando los capitalistas comienzan a endurecerse, cuando la crisis geopolítica amenaza con nuevos enfrentamientos bélicos, cuando la ultraderecha amenaza con volverse más agresiva, cuando millones comienzan a desconfiar de los gobiernos “populares”, las viejas fórmulas comienzan a quedar obsoletas. Se trata de tender un puente para hacer una experiencia más orgánica en la lucha de clases, que combine programa, tareas y perspectiva estratégica. Se trata de militar con seriedad. La mezquindad política y el sectarismo que antes casi no tenía costos, puede empezar a salirle muy caro a nuestras organizaciones.
Entonces…
1) si en la etapa de crisis de perspectiva abierta inmediatamente tras la caída del muro, de ofensiva neoliberal y desazón subjetiva, se trataba de refugiarse en el programa socialista en general y la centralidad de la clase obrera como trinchera defensiva frente a la desazón generalizada y el liquidacionismo.
2) Si en la etapa preparatoria abierta por las rebeliones populares y el recomienzo histórico de la crisis al sistema, con el capitalismo intentando reabsorber los procesos por arriba, el trotskismo logró una cierta acumulación militante, alguna estructura orgánica y ciertas representaciones peleando consecuentemente por las reivindicaciones de los fragmentarios, pero sumamente progresivos, nuevos movimientos de lucha.
3) Cuando la tendencia mundial es a la polarización y al socavamiento del sistema político, de crisis climática, económica, de amenaza de nuevos conflictos bélicos inter-imperialistas, de surgimiento de una nueva extrema derecha, de lo que se trata es de partir de la defensa de las reivindicaciones y conquistas de los movimientos de lucha, sumamente amenazados, para dar una respuesta global, programática, a los problemas revolucionarios del periodo.
El avance reaccionario amenaza incluso a partidos y movimientos que, siendo burgueses o pequeñoburgueses, expresan concesiones políticas y sociales a los movimientos de lucha de los explotados y oprimidos. Lo hacen no por representar estos partidos la oposición consecuente a sus planes, sino por ser defensores inconsecuentes de los intereses capitalistas concentrados y radicalizados.
En esos casos, se plantea la política del frente único junto a las masas y sus organizaciones para frenar el avance de los reaccionarios, sin depositar confianza en los reformistas. Presionando a sus direcciones para defender las conquistas, y exponiendo su inconsecuencia en el caso de que no vayan hasta el final, conquistando así para nuestro movimiento a una parte de sus filas.
A su vez, se plantea la denuncia y la lucha contra estas expresiones cuando aplican políticas de ajuste, por supuesto. No se cae en el verso del “mal menor”, sino que se lucha de manera consecuente ante cada coyuntura con los aliados con los que se cuenta, pero teniendo en cuenta que hay una pelea a dos bandas en la que nunca hay que perder de vista los intereses estratégicos de la clase obrera.
Esa es la prueba que hace marear a partidos trotskistas que, no viendo la transformación de la situación política, o con excusas ad-hoc como la excepcionalidad, mantienen como su principal orientación la diferenciación y delimitación de las expresiones progresistas, asegurando su identidad como el “ala más consecuente, radical, e independiente” de la lucha, a veces cayendo en frentes con sectores reaccionarios (SRA Argentina, Impeachment a Dilma en Brasil), o absteniéndose de enfrentar los avances antidemocráticos de la derecha al verlos como una “pelea inter-burguesa”. Estos son los momentos en que los trotskistas les hacen el mayor favor a los reformistas, auto humillándose ante las masas por “funcionales” o “ultra sectarios”.
Pero los asuntos se están volviendo serios. Ya no basta con mantener a grandes rasgos la independencia de clase y la acumulación militante en base a la intervención en la lucha en el marco de movimientos progresistas que hacen agua, no son consecuentes, o aplican ajustes económicos, ganando sólo a los elementos más radicales de cada movimiento. Ya no basta con una izquierda testimonial que gana sólo a un mini sector más consciente y/o radicalizado. Es tal el sectarismo que campea en la izquierda que no sólo se escatima en hacer unidad de acción con sectores de lucha inconsecuentes, sino en el seno del propio movimiento trotskista por temor a que el competidor saque ventaja constructiva. El “poroterismo” ha permeado a todas las organizaciones trotskistas.
Las masas obreras y populares de vanguardia todavía no se han hecho revolucionarias ni socialistas. Un gran sector ve a la izquierda como sectaria, mezquina y excéntrica. Sin embargo, su vanguardia ve con terror el avance de los grupos de extrema derecha y comprenden, o muy pronto comprenderán, que éstos amenazan sus conquistas. Muchos de esos sectores confían en alternativas reformistas o progresistas burguesas o pequeñoburguesas, o, decepcionadas con esas alternativas, aún no rompen porque no ven que haya alternativa seria a sus actuales organizaciones. A esos sectores se los debe ganar en la lucha consecuente por la defensa de sus conquistas, haciendo frente único cuando haga falta. Pero además, con un programa que les hable en su propio idioma. Un programa de transición que, partiendo de las necesidades objetivas de la clase trabajadora y las masas populares, plantee una transformación radicalizada, socialista, del sistema.
Ante una polarización que comienza por derecha cuestionando cada una de sus conquistas, la izquierda debe estar junto a esos movimientos, organizando la resistencia contra el avance reaccionario. Luchando contra las reformas laborales, los ajustes económicos, los avances antidemocráticos y la destrucción de la naturaleza.
Tenemos que ser los más enérgicos organizadores de esa resistencia, manteniendo nuestra independencia organizativa y política a partir de tener un programa de transición que, partiendo de las reivindicaciones obreras y populares, cuestione el conjunto del sistema político y social capitalista. Explique el origen de los problemas, proponga una solución global, y demuestre la inconsistencia de las salidas reformistas en la propia lucha, sin ultimatismos hacia la propia clase ni planteos moralmente abstractos.
Tenemos que ordenarnos desde el eje estratégico de nuestra pelea, nunca desde los intereses inmediatos de nuestros pequeños grupos. Ya no se trata de ganar uno o dos militantes, o de sacarle algunos votos a las fuerzas reformistas. Se trata de ser parte, desde el comienzo, de la resistencia de masas que seguramente abrirá esta nueva etapa de polarización. Agruparnos con los que nos tengamos que agrupar para garantizar esta acción de resistencia. Defender junto a los trabajadores sus conquistas, y, en ese marco, forjar nuestros grupos, movimientos y partidos al calor de la lucha de clases del nuevo siglo.
Del éxito de la intervención política en esa resistencia dependerá el desarrollo político y orgánico del socialismo revolucionario en este período que se abre, y la posibilidad de seguir acumulando las fuerzas, la experiencia y el volumen político necesario para pasar de la resistencia a la ofensiva por el poder de la clase obrera cuando las condiciones revolucionarias sean planteadas.