Hace poco más de una semana, el 18 de marzo, murió el cómico Antonio Gasalla, creador de personajes entrañables como Mamá Cora, Soledad Dolores Solari y Yolanda. Según quien fue uno de sus grandes colaboradores, Ronnie Arias, la novedad de Gasalla como artista es que incorporó el drama al humor argentino.
Las criaturas de Gasalla ganaron las elecciones
Sus personajes eran gente rota, sórdida y que vivía sufriendo. Soledad Dolores Solari era una cuarentona virgen y miedosa a la que todo le aterraba; Yolanda era una vieja paralítica que vivía manipulando y cagando a los demás; y Mamá Cora, la más entrañable de todas, era una señora imputable, capaz de decir cualquier cosa a Susana Giménez.
Los personajes de Gasalla eran terriblemente humanos, complejos, y le devolvían a la sociedad argentina un lugar en donde mirarse. Reírse de ellos era, en parte, reírse de nosotros mismos y de rasgos que todos tenemos llevados al paroxismo.

Casi todas las criaturas de Gasalla sufrían terriblemente, tanto que no guardaban las formas, vivían entre exabruptos y mostraban sus miserias a plena luz del día. Milei, antes de ser presidente, una mezcla de Soledad Dolores Solari, Yolanda y un poco de Micky Vainilla de Capusotto, hubiese sido un personaje entrañable. Un profesor de economía que vive con sus perros clonados porque está muy solo en la vida y extraña a Conan, su único amigo. Que mira la realidad del país y putea hasta volverse rojo como el Tano Pasman. Tan humano, tan sufriente que, en tiempos de crisis y de una inflación al 200%, reflejó mejor que nadie el estado de ánimo argento.
Hay una realidad común que tenemos los humanos sufrientes, y quien escribe sabe de lo que habla porque sufre permanentemente por los temas más banales: creemos que nuestro sufrimiento es el centro del universo hasta que vemos a uno que la pasa peor que nosotros. Cuando los políticos hacían spots diciendo “sé cómo te sentís, sé que estás triste porque no llegás a fin de mes”, etc., etc., el mensaje era enviado desde un lugar de privilegio, desde un pedestal alejado del sufrimiento que nos congrega en la cotidianidad del endeudamiento, las privaciones y la precariedad de la vida diaria. En cambio, Milei expresaba estar peor que el que lo miraba por televisión.
“Es exactamente lo que voté”
El mensaje era (y es) claro: nos están cagando todos. Todos son lo mismo y hay que pasarles la motosierra por encima. En fin, la casta. Milei era humano, profundamente humano. No era un profesional del poder, coacheado y sin sentimientos. Era y es puro sentimiento. Es de verdad.
Por eso, cuando desde la progresía gritamos con indignación que cerraron el Ministerio de la Mujer, el INADI o Desarrollo Social, hay una mitad de la sociedad que festeja: “Es exactamente lo que voté”, canta el Gordo Dan, y tiene razón. Una venganza contra todos los que dicen “sé cómo te sentís” pero no sienten, que ayudan desde un lugar de privilegio, desde un lugar de superioridad moral. La misma superioridad moral con la que te dicen que tu chiste es machista o que ofende a tal o cual colectivo. Para todos ellos, motosierra, votó la mitad del país.
Esa es toda la fortaleza de Milei: la identificación que generó en la mitad de la sociedad, que él es radicalmente distinto al resto, más parecido a la sociedad. No es políticamente correcto, tiene sus defectos y, fundamentalmente, sus sufrimientos.
¿En el Fondo son todos iguales?
Milei puede hacer alianzas con sectores que repudia, puede hacer política, puede incluso ser parte de algún chanchullo, porque tampoco le vamos a pedir tanto. ¿Hasta dónde se le permite? ¿Hasta dónde deja de ser uno de nosotros y pasa a ser un político? Hasta que incumpla su principal promesa: bajar la inflación y ofrecer una mejor situación que la que teníamos. Ahí entra el acuerdo con el Fondo.
Recapitulemos un poco. Hay algo que se llama mercado financiero internacional. En mi humilde modo de ver, son todos unos hijos de mil putas, pero yo soy un negrito resentido que no tiene un peso partido al medio, lo que evidentemente puede generar que tenga un sesgo importante a la hora de pensar en los directivos de grupos de inversión como Black Rock.

Estos grupos de inversión tienen bonos en nuestro país que ofrecen cerca de un 50% de interés. Macri, para pagarles a estas buenas personas, tomó deuda con el FMI: 45 mil millones de dólares, que le duraron lo que un suspiro. Los tipos cambiaron sus bonos, se llevaron los dólares y a nosotros nos quedó la deuda. Ahora, Caputo dice (el Fondo todavía no confirmó) que van a venir 20 mil millones. En tres semanas, el Banco Central tuvo que desprenderse de mil millones de dólares; si esto sigue así, ni con el dinero del Fondo se llega a fin de año.
Por otro lado, voceros del FMI dijeron que el préstamo se enviará por tramos y, además, según Espert, hay unos 14 mil millones que son para devolverle al propio Fondo en los siguientes cuatro años. Con lo cual, tampoco el total es para que el Banco Central los utilice a la hora de intervenir y sostener el tipo de cambio.
El dominó del desastre
Entonces, se arma un dominó del desastre. Los tenedores de bonos los cambian, se llevan los dólares, el dólar sube, impacta en los precios, sube la inflación, comprobamos que Milei miente y se vuelve un político más que nos cagó la vida.
Luego, a nosotros nos queda la deuda y el ajuste que ya hicimos no sirvió de nada, porque hay que seguir recortando. Tras haber cerrado la moratoria previsional, los viejos que están en edad de jubilarse y no tienen los 30 años de aporte van a cobrar 280 mil pesos. Es decir, hay una nueva mínima. ¿Cuánto van a pasar a cobrar cuando haya que pagar este nuevo préstamo y el anterior?

Lo más tragicómico de todo es que Milei acusa a los políticos del peronismo de usar “la maquinita” de emitir para darle dinero a la gente y que puedan ganar las elecciones, dándole continuidad al “curro” de la política. Luego, el pueblo paga esto con inflación y los políticos siguen en sus cargos, viviendo como reyes “con la nuestra”. Siguiendo la misma lógica, Milei pide dinero al Fondo para intervenir en el tipo de cambio y bajar la inflación para ganar las elecciones. Luego, a nosotros nos queda la deuda, él sigue en su puesto, los bonistas viven como reyes y todo con la nuestra.
Siempre puede zafar, siempre puede venir Trump y darle una mano más grande, luego se devalúa, se nos caga a palos cuando salimos a movilizar y, luego, siguen destapándose chanchullos peronistas, se mete en cana a la izquierda por hacer supuestos negocios con los planes, y Milei se presenta como el eterno mal menor. Explotan las exportaciones del litio y del gas no convencional de Vaca Muerta y, finalmente, tenemos dólares que no dan estabilidad macroeconómica.
En tal caso, los que casi nunca zafamos y pagamos la cuenta de todos somos nosotros. Pagadores seriales de las fiestas de los grupos de inversión y las aventuras electorales de políticos de todos los pelajes.
Esperemos que una nueva decepción no meta al pueblo argentino en una apatía total, que sea utilizada una vez más por el sistema político tradicional. Amo a Soledad Dolores Solari, icónico personaje de Gasalla, pero no quiero que nos convirtamos en ella: un pueblo de miedosos y deprimidos.