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    ¿Qué pasó con las privatizaciones de Menem?

    En los noventa, el presidente, Carlos Menem decidió privatizar las empresas del Estado. Entre las más destacadas están YPF, Aerolíneas Argentinas, Entel (Empresa Nacional de Telecomunicaciones), Gas del Estado, Aguas Argentinas y las líneas ferroviarias. Esa política marcó un antes y un después en la historia del país, y ahora vuelve a reflotar con la Ley Bases de Javier Milei. ¿Qué lecciones podemos sacar de ese capítulo nefasto de la historia argentina? ¿Qué peligra si se repite en la actualidad?

    Supuesta respuesta a una crisis:

    Las privatizaciones eran presentadas como una solución a la crisis hiperinflacionaria y como una respuesta a la “urgente” necesidad de “modernizar” la estructura económica de la Argentina. Fueron respaldadas por organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial y por líderes políticos y económicos cercanos a su gobierno. Entre los defensores destacan algunas figuritas controvertidas del menemismo, como Domingo Cavallo, creador del “plan de convertibilidad” que fijó la paridad entre el peso argentino y el dólar norteamericano.

    Las privatizaciones contaron con el respaldo de distintos sectores empresariales, especialmente aquellos interesados en aumentar su participación en la economía argentina y obtener beneficios a costa de la población. Entre los beneficiados destacan Eduardo Eurnekian, Gregorio Pérez Companc y Marcelo Mindlin. Todos ellos criticados por la concentración de poder económico, el abuso de vínculos con funcionarios gubernamentales, la baja calidad de algunos de los servicios que ofrecen sus empresas y sus impactos a nivel ambiental y social –degradación del entorno, contaminación, violación de derechos laborales, entre otros–.

    Los defensores de la privatización prometían que esta medida iba a traer eficiencia, inversión extranjera y un presunto crecimiento económico que beneficiaría a la sociedad. Sostenían que la competencia en un mercado privatizado iba a estimular la innovación, aumentar la productividad y mejorar la calidad de los servicios. La venta de empresas a inversores extranjeros –decían– iba a atraer capital y conocimientos técnicos, impulsar la economía, modernizar la infraestructura y crear empleo. Y argumentaban que la mejora en la eficiencia y calidad de los servicios, junto con el crecimiento y la creación de empleo, llevarían a mejorar los niveles de vida y reducir la pobreza y la desigualdad.

    Estos argumentos están en línea con lo que se conoce como “teoría del derrame” (trickle-down theory), que dice que si los sectores más ricos de la sociedad se benefician (mediante políticas como la reducción de impuestos para empresas y personas de altos ingresos), eventualmente los beneficios llegarán a los estratos más bajos, mejorando el bienestar general. Sin embargo, en la práctica, las privatizaciones sólo beneficiaron a los sectores más ricos y a los políticos de turno, empobreciendo al resto. Esto se reflejó en despidos, aumentos de tarifas y deterioro de la calidad de los servicios, especialmente para los grupos más vulnerables.

    El proceso de privatización:

    El proceso de las privatizaciones fue un torbellino legislativo y político que dividió a la sociedad. Decretos, leyes y acuerdos internacionales marcaron el camino para vender empresas estatales clave, desde compañías de servicios públicos hasta empresas de comunicaciones y transporte. Entre esas leyes, se destacan:

    1) La Ley de Reforma del Estado (N° 23.696/89): sentó las bases para privatizar numerosas empresas estatales. Estableció los criterios generales para las privatizaciones y otorgó al Poder Ejecutivo facultades amplias para llevar adelante ese proceso (como pasaría ahora si se aprueba la Ley Bases).

    2) Decreto de Emergencia Económica (N° 2.078/89): declaró la emergencia económica en la Argentina y le permitió al gobierno tomar medidas extraordinarias que incluían las privatizaciones.

    3) Acuerdos con el FMI y el Banco Mundial: incluían condiciones relacionadas con la implementación de políticas de ajuste estructural y reformas económicas, entre ellas, la privatización de empresas del Estado. Estos acuerdos proporcionaron financiamiento y respaldo internacional para el proceso de privatización.

    Además, el gobierno de Menem emitió una serie de decretos específicos que definían los plazos y las condiciones para la venta de cada empresa.

    En medio del fervor privatizador, las voces disidentes alertaron sobre el riesgo de pérdida de soberanía y control nacional sobre los recursos estratégicos. Panorama parecido a lo que pasa hoy: entre los opositores, estaban los sindicatos y trabajadores afectados por las privatizaciones, la izquierda, el PJ disidente, algunos sectores del radicalismo, diversas organizaciones de Derechos Humanos y de consumidores y un conjunto de académicos y expertos.

    3-Efectos de las privatizaciones:

    Como sabemos, los efectos de las privatizaciones no cumplieron las promesas de sus defensores. Al contrario: profundizaron la espiral de desigualdad, precarización laboral y deterioro de servicios básicos. La concentración de la riqueza en manos de unos pocos, la falta de inversión en infraestructura y la pérdida de control sobre sectores clave de la economía fueron algunos de los resultados amargos de esta política.

    ¿Qué consecuencias generaron?

    1) Mayor desigualdad: la transferencia de empresas estatales a manos privadas concentró la propiedad y el control de la riqueza en unos pocos individuos y corporaciones, fortaleciendo la brecha entre ricos y pobres, empresarios y trabajadores.

    2) Precarización laboral: la privatización trajo una serie de medidas destinadas a reducir “costos laborales” (como se quiere hacer hoy con la Ley Bases). Esto resultó en la precarización del empleo. Los nuevos propietarios despidieron gente, redujeron salarios y eliminaron beneficios laborales, lo que afectó negativamente la estabilidad y seguridad laboral de los trabajadores.

    3) Deterioro de servicios: al contrario de lo que mantenían sus promotores, las privatizaciones resultaron, la mayoría de las veces, en el deterioro de los servicios básicos. Las empresas privadas a menudo priorizaron maximizar sus beneficios por sobre la prestación de servicios de calidad. Esto llevó a aumentos de tarifas, reducción de la inversión en infraestructura y mantenimiento, y empeoramiento de la calidad de servicios esenciales como agua, electricidad, transporte, etc. La situación que vivimos hoy de servicios como la luz es una consecuencia a largo plazo de esas políticas.

    4) Falta de inversión en infraestructura: la privatización también produjo una menor inversión en infraestructura pública. Los nuevos propietarios, motivados por el lucro, descuidaron la inversión en infraestructura básica necesaria, lo que resultó en un estancamiento o incluso un retroceso del desarrollo infraestructural del país.

    5) Pérdida de control y soberanía: la privatización redujo el control del Estado sobre sectores clave de la economía, lo que limitó su capacidad para regular y proteger el interés público. Esto resultó en una mayor vulnerabilidad a la volatilidad de los mercados, la manipulación de precios y prácticas comerciales abusivas de las empresas, y en una pérdida de capacidad para intervenir en situaciones de crisis o emergencia.

    Conclusiones inquietantes

    Hoy, cuando se escuchan los ecos de un retorno a las privatizaciones, tenemos que recordar las experiencias del pasado. Permitir que las empresas del Estado caigan en manos privadas va a llevar a repetir esos “errores”, con consecuencias desastrosas para nuestra sociedad. La desigualdad social y económica, la pérdida de soberanía, el deterioro de la calidad de vida y el aumento del déficit fiscal son sólo algunas de las cuestiones que resuenan de la experiencia de esos años oscuros.

     

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