¿Qué es una pareja? Eso fue lo que pensé mientras recordaba imágenes de lo sucedido hacía algunas horas en la casa de unos extraños: mi novia en cuatro, gozando, gimiendo de placer con otro hombre. Mi novia con el pene de ese hombre en la boca, cerrando los ojos como si estuviera saboreando un helado.
Horas después, ella desayunaba frente a mí. El silencio estaba cargado de dolor, molestia y perplejidad. ¿Qué habíamos hecho?
Por otro lado, también había excitación, curiosidad y muchas ganas de hablar, de procesar aquella sesión maratónica, intensa.
Yo untaba una tostada, ella tomaba café. Alguien tenía que decir la primera palabra.
“Lo que más me dio celos no fue que te la cogieras, fue cuando le hablabas tierno, cuando le decías cosas lindas”, empezó. “No se te notaba muy apenada”, respondí.

¿Qué es una pareja? ¿Existe esa suerte de plus que es más que la suma de las partes? Si es así, ¿qué es lo que hace que dos personas sean una pareja? ¿El sexo? ¿La complicidad? ¿El amor? Hay parejas que no tienen sexo o tienen muy poco, y nadie se atrevería a decirles que no son una pareja. Pensar en términos de amor como un indicador para determinar si hay una pareja o no la hay es muy complejo. ¿El sexo? Uno puede coger con muchas personas y no necesariamente ser pareja. Probablemente, la respuesta más consensuada resultaría la políticamente correcta: si dos personas dicen que son una pareja, hay una pareja. ¿La hay?
No tengo idea de qué es una pareja, pero creo que si se trata de dos personas con el mandato de acostarse solo entre sí, no cuenten conmigo. Eso no significa que romper miles de años de monogamia instalado en el ADN social no duela y genere problemas, pero más problemas genera la cárcel en la que transformamos a la pareja, una de las instituciones más hermosas que dio nuestra especie.
Del mito al trío
El poder performativo de los mitos tal vez radique en su capacidad para ofrecer respuestas ahí donde el conocimiento racional, la ciencia o el sentido común se quedan mudos.
En El Banquete de Platón se menciona el mito de los andróginos, unos seres que habitaban la Tierra antiguamente y que, fruto de su soberbia, quisieron invadir el monte donde vivían los dioses.
Zeus, al notar que se le venían encima, les envió un rayo que los dividió a la mitad. Por esta razón, desde esos tiempos, los humanos, estos seres incompletos que somos, buscamos a nuestra otra mitad para completarnos.
Emmanuel Kant, tan genial como aburrido, habló de muchas cosas. Sobre el amor dijo algo bastante jodido: “Cuando entrego a otro toda mi persona y gano a cambio la persona del otro, entonces me recupero a mí mismo con ello; pues dándome a otro en propiedad, recibiéndole a él como propiedad mía, es como recuperarme a mí mismo al ganar a esa persona a la que me he dado en propiedad”.

Más allá del trabalenguas, la idea es que el amor requiere una entrega total, y prohíbe que haya partes que uno no entregue al otro.
Con estos tipos en la cabeza, es normal que seamos celosos, posesivos y que entendamos que el sexo con otras personas de algún modo desacraliza el amor por nuestra pareja.
El momento en el que se cogen a tu novia es un momento cargado de verdad, profundo. Hay una ficción que se rompe, más allá de que uno diga no sostenerla y abjure de ella. Algo del “nadie te lo va a hacer como yo” o “conmigo tenés lo que no tenés con nadie” se rompe. “Allá la están rompiendo”, podría decir un adolescente socarronamente, y es exactamente de lo que estamos hablando.
Un día después de nuestro primer encuentro swinger, tuvimos nuestro primer trío. Una voracidad imparable me había poseído y mi novia decidió acompañarla.
El sexo, como pocas actividades humanas, es adictivo porque, cuando se sale de ese portal y se enfrenta la vida diaria llena de grises y aburrimiento, la comparación nos devuelve al ansia del encuentro con otros cuerpos.
Recurrí a una chica con la que ya había estado y le hice la propuesta.
“¿Me mostrás una foto de tu novia?”, consultó y luego, al ver una foto juntos vestidos de diablos para el último Halloween, contestó: “Me encantan”.
La monogamia solo se sostiene por el terror de perder el objeto amado.
Es decir, solo puede entenderse que es una buena idea prohibirle a la persona que amás que disfrute de algo tan agradable como el sexo con el resto del mundo, si existe algo tan horroroso del otro lado que lo justifique. Eso horroroso, ¿qué es?
El trío fue increíble para mí. De los mejores momentos de mi vida. Para mi novia, en cambio, fue tan excitante como doloroso. Tal vez, un poco más doloroso que excitante. De nuevo, la dulzura con la que traté a la otra chica despertó sus celos, y durante esa verdadera maratón sintió que la traté injustamente.
Durante los encuentros de sexo grupal en los que está tu pareja, surge la idea de mantener cierta proporción del tiempo que se pasa con cada persona, para que nadie sienta ningún maltrato. Es decir, además de las ganas obvias que tenés de estar con tu pareja, le agregás un tiempo de cortesía extra para hacerla sentir mejor. No es algo que se piense mucho, es un instinto de cuidado que nace en el momento.
¿Cómo llegamos hasta acá?
Todo empezó al inicio de nuestra relación y las primeras definiciones. “No estoy de acuerdo con la monogamia, quiero una pareja abierta. Lo mejor para mí es no contarse y, cuando queramos estar con otras personas, hacerlo cada cual por su lado”, dije en su momento, y fue así durante meses.
Luego, mi novia me dijo que entendía que para mí el levante y el sexo casual eran algo muy importante y que no quería quedar afuera de un aspecto tan central en mi vida.
“Además, creo que lo que más me hace comer la cabeza es no ver lo que pasa”, agregó.
“Vas a abrir una puerta que luego no vas a poder cerrar. Lo que veas va a ser difícil borrarlo. Además, mirá que me vas a ver rebotar y te voy a ver siendo rechazada por personas. ¿No es eso deserotizante?”, lancé con brutalidad y logré aplacar sus innovaciones. Pero un bichito quedó haciendo su trabajo en mi cabeza.

Antes de continuar esta historia, tengo que contarles que me encanta la música electrónica y soy un habitante del submundo manija. Nadie me conoce ahí por cómo escribo o por mis intereses literarios. Las referencias que se pueden dar en ese submundo son mi manera extrovertida de bailar y chapar con todo el mundo y de drogarme intensamente.
Mi novia también es un personaje del submundo de la electrónica. De hecho, nos conocimos en un after. Una linda historia de amor.
Tuve que hacer este disclaimer porque varias de las personas con las que chapamos los dos y con las que tenemos sexo provienen de este submundo. Un submundo regado con MDMA, éxtasis y tusi. Todos derivados de una droga que potencia las ganas de manosearte con otras personas y genera empatía hacia el resto.
Muchas de las personas con las que estamos, en otras circunstancias, en otro submundo, no serían de nuestro agrado, probablemente. Esto tiene algunas características particulares. En primer lugar, no nos encontramos con personas que tengan demasiado que ver con nuestra manera de ver el mundo o sistema de pensamientos. Los encuentros se vuelven estrictamente sexuales. Por otro lado, hay fiestas todos los fines de semana, con lo cual la cantidad de oportunidades para estar con personas —desde un beso de a tres hasta un quinteto sexual— se acrecienta exponencialmente. También, todas estas características hacen que uno tenga menos miedo de perder al otro. Como recién llegados de otro submundo, uno más intelectualizado y académico, siempre nos sentimos un poco adentro y un poco afuera de la fuente de donde sacamos nuestros partenaires sexuales.
Salir de levante con mi novia
Sexhum, Xtreme, Pilf, Durx y otras son fiestas que introducen en la electrónica el componente kinky o BDSM, es decir, chirlo más, traje menos, diferentes variantes de los fetiches y el sexo explícito.

En estas fiestas el sex room y los dress codes impulsan la insinuación erótica más explícita.
Cientos de personas bailando semidesnudas al ritmo reiterativo, tribal, hipnótico de la música electrónica, subidos a estados de conciencia hiper-empáticos, mirándose, proponipendose, militantes de su propio deseos y objetos del deseo ajeno. En estas fiestas, hay más permitidos, un poco porque están diseñadas para que eso suceda y otro poco porque, evidentemente, hay necesidad en buena parte de las personas detener espacios para permitirse cosas que no son permitidas en otros.
Empleadas administrativas de trampa que piensan en separarse mientras se besan de a tres con desconocidos, novias que se animan a pedirle a sus parejas que las azoten con una fusta, divorciadas que se reencuentran con una dimensión personal que creían enterrada. Los tipos en estas fiestas, no somos la vanguardia ni lo más interesante. Acostumbrados a ir de levante, muchas veces arrastrados por sus novias o esposas, el hetero se muestra en estas jodas, recalculando frente a la liberación del deseo femenino.
La comunidad LGBT en su salsa. La festividad, la libertad y el orgullo exhibicionista del propio deseo como ética identitaria, política, asumida en tantos años de resistencia, hacen que quienes venimos de fiestas más pacatas, nos sintamos bienvenidos en un terreno nuevo, desconocido.
Todas, todos, todes tienen el derecho de ser sexis y la gran mayoría se anima a intentarlo. “¿No es esto el paraíso?”, pienso siempre mientras sube el éxtasis y bailo envuelto en una vorágine de seducción y erotismo amateur. “Creo que lo es”, me respondo los lunes en la redacción cuando los recuerdos de aquellas bacanales me dibujan una sonrisa post café e ingesta matutina de azúcar.
Fuimos a una Xtreme con mi novia. Fue un tsunami de experiencias, chapes, bailes sensuales, y en la misma noche, en el mismo boliche, hicimos nuestro segundo trío. La tercera en concordia es una trabajadora sexual.De esto, nos dimos cuenta luego de pedirle su Instagram. Evidentemente, no es algo que difunda al principio con personas con las que se quiere tener sexo sin intercambio de dinero.

Lo más importante a destacar de este encuentro fue que, a diferencia de nuestro primer trío, la mujer estaba mucho más interesada en mi novia que en mí. No sentí celos. Algo del machismo arraigado en mi personalidad hace que no sienta nada de celos de las mujeres. Tal vez, si sintiera miedo a perder directamente a mi novia con una mujer, empezaría a desarrollarlo, pero aún no es el caso.
Una semana después, la voracidad seguía.
Vacaciones juntos en Mar del Plata. Primer día, miércoles 25 de diciembre. Quinteto: tres chicas y dos chicos.
Último día, primero de enero: enfiestamos a uno de mis mejores amigos.
En el primero, sentí celos del pibe y, con mi amigo, para nada. ¿Cuáles son las razones de sentir celos de un hombre y no del otro? Todavía es un misterio. El dolor es difícil de rastrear, probablemente porque mientras se hurga, mientras se escarba, sigue doliendo. El dolor psíquico tiene al psicoanalista como oficio de respuesta, como las filtraciones y los caños tapados tienen al plomero. Es decir, no es que uno no pueda probar arreglarlo solo, pero siempre se corre el riesgo de “meter mano” y hacer cagadas.
Que se cojan al ser amado enfrente tuyo es un momento de desnudez, pero no por la obvia desnudez de los pitos y los culos al aire. Está desnudo el vínculo, en carne viva. ¿Qué nos une si no es la ficción de la completud, de que esa persona tiene una intimidad única e irrepetible con tu cuerpo?
Muchas veces, en el dolor se encuentran las respuestas o al menos alguna luz. ¿Por qué nos duele el pecho cuando se cogen a nuestra pareja? ¿Por qué nos duelen los celos?
Creo que tenemos terror de dos cosas. Por un lado, que el goce y la atracción sexual de nuestra pareja por nosotros sea similar a la que experimenta por cualquiera y, por el otro, que esa revelación, vuelva insostenible el vínculo.
Es decir, tenemos miedo de ver a Papá Noel y que sean los padres. Tenemos horror de que no haya magia en nuestra pareja, que sea un simple cálculo basado en la necesidad de sexo y compañía, ordenado por una jerarquía sociosexual, por un mercado más o menos explícito de cuerpos y personas. Que, en vez de ser elegidos por el amor, seamos el “peor es nada” del otro. Que no seamos la otra mitad andrógina perdida en tiempos en los que quisimos invadir el Olimpo de los dioses, sino lo mejor que pudimos conseguir, dado nuestra pereza a la hora de ir al gimnasio, instruirnos o ganar más dinero.
Si la pareja solo se sostiene sobre la ficción reguetonera de que “nadie te lo va a hacer como yo”, probablemente no sobreviva a los tríos y los encuentros swinger. ¿Debería hacerlo? ¿Deberíamos cuidarnos de ver la verdad?
Los celos en el sexo no son exclusivos de la pareja. En un encuentro fugaz, había tomado éxtasis y luego de besarme con mucha gente me estaba yendo a mi casa solo. En ese momento, el efecto de la pasti requería con fuerza más contacto con otros cuerpos. A la salida del boliche había dos chicos gays que querían un “after”. Les propuse ir a mi casa y accedieron. En el camino, sumamos a otro; al llegar nos dimos cuenta de que solo quería seguir drogándose con nosotros. Al momento de la acción, los chicos se empezaron a pelear por a quién le correspondía hacerme sexo oral. Según uno de ellos, yo había pasado más tiempo “charlando” con él y no con el otro. Será por la droga o por códigos ajenos a mi condición de heteroflexible, pero la cosa se empezó a poner espesa hasta que el que presuntamente tenía una relación unos minutos más profunda conmigo se impuso. Ni bien este muchacho se fue al baño, el otro se abalanzó sobre mí. A la vuelta, se armó la trifulca. Tuve que echarlos de mi departamento por el escándalo.
Los celos existen hasta en los encuentros más fugaces. Hay algo del orden de sentirse especial que se juega en cada relación. Sea entre una pareja de años o un encuentro casual, evidentemente hay una suerte de ficción de la “química que se tiene con esa persona y con nadie más” que se necesita sostener. Creo que existe la conexión entre personas, pero en todo caso, con cada persona se conecta de manera distinta. Creo que la ficción descansa en la conexión exclusiva.
¿Qué es una pareja? No lo sé, pero algunas cosas voy averiguando en este viaje que como todo viaje, es en el fondo un viaje hacia uno mismo.