En la obra de George R R Martin, la imprevisibilidad es un componente fundamental. Ningún personaje está a salvo y ningún evento está garantizado. Esa imprevisibilidad, con altas dosis de realismo y maestría a la hora de delinear las dinámicas internas en la lucha por el poder, son las que nos mantienen en vilo como lectores, devorándonos hasta la última página de sus novelas.
¿Cuál es la similitud entre esto y la política argentina? Hace poco más de un año y medio, todo parecía completamente resuelto. El Gobierno estaba atravesando una crisis interna, potenciada por la inestabilidad económica y por las luchas intestinas de su ala kirchnerista. Larreta, líder moderado de la oposición, se veía ya sentado en el sillón de Rivadavia.
Las encuestas y sondeos le daban un piso de 35% de intención de voto a la coalición opositora. Quizás, a lo sumo, la sorpresa sería el ascenso al tercer puesto al excéntrico candidato de La Libertad Avanza, Javier Milei, con un 15%. La izquierda mantendría un piso, sumando a lo sumo algún que otro diputado o legislador. La fórmula del FIT con Bregman a la cabeza ya había sido proclamada.
Todos contra todos
El escenario actual de “tres tercios” indicado por todos los analistas y por la propia Cristina Kirchner, plantea una incertidumbre total acerca de quién será el próximo presidente además de otros varios interrogantes.
El peronismo corre peligro de hacer la peor elección de su historia y no entrar al balotaje. Juntos por el Cambio no entiende por qué la dinámica de sondeos lo dan en bajada, si eran el recambio natural de un gobierno que ha llevado la inflación al 130% y la pobreza a la mitad de la población. La respuesta: el fracaso a ambos lados de la grieta está derivando en una acumulación a la ultraderecha del dial. Cualquiera de los dos candidatos de la oposición que gane la interna pierde votos frente a Javier Milei.
El dato valioso para la izquierda es que este escenario de fragmentación representa una suma volatilidad, inestabilidad y polarización. ¿Qué pasaría si la fragmentación del voto es aún más pronunciada que lo que marcan las encuestas?
“El caos puede ser usado como escalera”, dijo alguna vez Little Finger a Varys en la serie de HBO. Es lo que parecen indicar las elecciones en las que las fuerzas políticas se fragmentan, donde los extremos logran cierta notoriedad.
Si el peronismo fuera dividido en varias listas, así como Javier Milei roba votos entre las PASO y la primera vuelta a Juntos por el Cambio, ¿no podría la izquierda, haciendo una campaña radicalizada y disruptiva, ganar una porción de los votos del peronismo? Pareciera ser el escenario más probable, con la insistencia de Scioli a ser canddiato.
Ante un fin de ciclo que plantea el derrumbe del sistema electoral bicoalicional, que reemplazó al sistema bipartidista que entró en crisis en el 2001, y la guerra por la sucesión entre los partidos preexistentes, nunca la izquierda llegó con una mejor herramienta electoral a un escenario de fragmentación. El FITU tiene una oportunidad política de gran magnitud.
¿Crear un nuevo Frankenstein?
“Cuidado; pues no tengo miedo y, por lo tanto, soy poderoso”, le dijo Frankestein al científico, expresando la conciencia de su propio poder y la capacidad de destruir a su creador.
El Albertismo fue engendrado íntima y personalmente por el genio estratégico de Cristina Kirchner. Una fórmula exitosa construida en base a lo más avanzado en ingeniería electoral, ensamblado a partir de cuerpos políticos casi sin vida.
Al igual que el monstruo creado en la novela de Mary Shelley, su creador lo rechazó cuando empezó a caminar dejando la destrucción tras de sí. Pero el del kirchnerismo es un monstruo de dos cabezas, pues la propia científica se incorporó como material para darle vida a su creación, no pudiendo destruirlo sin destruirse a sí misma en el proceso.
Su sentencia final: “es mil veces mejor que un gobierno del PRO”, no deja dudas. Un nuevo cuerpo, con idéntico procedimiento, puede volver a ser ensamblado. Quizás, esta vez con materiales más gastados aún.
Volviendo al juego de tronos…
“Hacemos la paz con nuestros enemigos, no con nuestros amigos”, dice el inteligentísimo Tyrion Lannister, subrayando la importancia de buscar acuerdos y reconciliaciones con aquellos que están en conflicto incluso entre enemigos declarados. Pero si esas alianzas y compromisos no apuntan a la emancipación sino a la contención de los movimientos de lucha, nos atan de pies y manos conduciéndonos irremediablemente al abismo.
Ante el brutal deterioro del gobierno de Alberto y Cristina, se resquebraja la tierra bajo los pies del peronismo. En ese desgaste, Cristina ha perdido la autoridad para encolumnar todos sus componentes detrás de una lista única. El escenario de fragmentación de candidaturas plantea un sálvese quien pueda que sólo busca retener espacios de poder en el Estado, augurando una derrota más que segura, pues la cabeza no puede vivir separada del cuerpo y, menos que menos, soportando la mochila de plomo del FMI.
Wado de Pedro representa una candidatura defensiva. Su estrategia comunicacional lo ha presentado, por el momento, más como víctima que como líder político. Lo que lleva a pensar si no es una táctica para proteger el relato detrás de una barrera moral.
Una cosa es segura: carece del volumen político necesario para encolumnar su movimiento hacia a la victoria. Todos lo saben. La sucesión de Cristina Kirchner, cuyos exponentes más notorios son Máximo Kirchner y Axel Kicillof, se decidirá en un futuro próximo, no en unas elecciones que podrían llegar a ser las peores del peronismo en toda su historia. Se trata de elegir el camino a la derrota.
El trabajador como un precio más
Al compás del lanzamiento de Scioli como candidato, el albertismo ha levantado el piné en los últimos días, diciendo que su gobierno es el que tiene los mejores índices de empleo desde el 2003.
Según los datos del Ministerio de Trabajo, el empleo privado cuenta con 6.350.000 trabajadores, mientras que el sector público con 3.389.200. 427 mil empleadas domésticas, 395 mil autónomos, 1.898.000 monotributistas y 603.000 monotributistas sociales.
Sin embargo, el avance de la precarización laboral ha generado un tremendo deterioro de las condiciones de vida. Millones de trabajadores, incluso en blanco, se encuentran hoy bajo la línea de pobreza.
No es una contradicción que los salarios estén por el suelo, la inflación crezca de manera sideral y, al mismo tiempo, se recupere el empleo. Justamente, Argentina se ha convertido en un paraíso para los capitalistas, donde lo más barato es el trabajador. El crecimiento de la informalidad y la pobreza pareciera indicar que los índices de Argentina tienden a acercarse a los de otros países de Latinoamérica, donde el trabajo informal es masivo y los derechos laborales y la sindicalización sumamente escasos.
Horacio Rodríguez Larreta, por su parte, salió a defender el reaccionario argumento de que “los planes sociales desincentivan el empleo” y a quejarse por los patrones del campo, que no consiguen mano de obra barata para la industria azucarera en Tucumán o la yerbatera en Misiones. Rubros donde es sabida la altísima porción de informalidad laboral y bajos salarios.
Al igual que Milei, tratan a los trabajadores como un precio más de la economía, sujeto a la ley de la oferta y la demanda. Sus intenciones de “terminar con los piquetes” y “la industria del juicio”, como su plan de dolarización, no pueden ser interpretados más que como una declaración de guerra al conjunto de la clase trabajadora.
Pero la fuerza de trabajo es el único precio que puede pujar por su propia valorización, mediante la intervención, con sus métodos, en la lucha de clases. Son personas, no objetos inanimados. Son una clase social que sostiene el mundo, puede levantarse, dando vuelta el conjunto de las relaciones sociales.
Tener una política que unifique a trabajadores formales, informales y desocupados, y el avance de su conciencia, es lo que puede cambiar realmente el rumbo del país. El avance de la conciencia en esos sectores es incluso más importante que quién gane las próximas elecciones, porque la variable clave que definirá el destino de la Argentina no es quién administre, mediante el Estado burgués, el ajuste del FMI, sinó la fuerza que tenga el movimiento de resistencia que enfrente los planes de ajuste que se vienen.
Los capitalistas lo saben, y por eso ya han iniciado un giro a la derecha, representado en las leyes contra la protesta en Salta, el encarcelamiento de Milagro Sala y dirigentes sociales en Jujuy, la persecusión a los dirigentes del Polo Obrero, o incluso el intento de ingresos de la policía de la Ciudad al local del Nuevo MAS son muestras de esto.
Además del no pago de la deuda externa, la izquierda tiene que elaborar un programa para la adquisición de derechos para los sectores informales. Estas elecciones son una oportunidad para pelear por una política que unifique a la clase trabajadora precarizada y formal, preparando el terreno para las peleas que se vienen.
El invierno se acerca, el juego de tronos ha comenzado.