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    Cinco filósofos vivos que tenés que leer antes de morir

    No siempre el mejor filósofo es el que está muerto. Hay un viejo lugar común desde que Platón dijo que la filosofía es una preparación para la muerte: conferirles mayor estatus a los pensadores que ya no están. Como si al dejar de ser se obtuviera una sabiduría que, retrospectivamente, hiciera mejores las obras que escribieron cuando estaban vivos. O quizás sea solo el dictum de que todo tiempo pasado fue mejor, llenándonos de prejuicios contra quienes aún existen. Con los filósofos, invertimos la frase de Homero: ¿Y si era tan listo, por qué no se murió?. 

    Acá vamos a reivindicar pensadores que respiran entre nosotros y cuyo pensamiento nos ayuda a mirar nuestra época, imaginar futuros y releer la tradición desde nuevas perspectivas.


    1. Bifo Berardi

    Bifo está enojado. Y no lo disimula, ni en sus escritos ni en sus apariciones públicas. En un libro reciente se refiere al susto que vivió la generación del ‘68 cuando el Estado democrático mostró sus garras represivas. Y dice:

    “A partir de ese momento, nos pusimos a balbucear sobre la democracia, la unidad europea… pavadas de las que nos reíamos cuando estábamos en posesión de nuestras mentes, cuando razonábamos materialistamente en términos de clase, y no nos dejábamos embaucar por las mitologías políticas de un enemigo despiadado que usa el fascismo y la democracia como herramientas diferentes pero complementarias”.

    Bifo está enojado con la resignación de la época. Y si bien no se lo puede acusar de optimista, su aporte sin dudas es positivo: desnaturalizar la imposibilidad de imaginar futuros (como en Futurability), denunciar el entramado económico-cultural diseñado para que nos sintamos miserables (La fábrica de la infelicidad), o analizar el ascenso neorreaccionario (La segunda venida), por mencionar solo algunos de sus muchísimos libros.

    Bifo no pide obediencia: al leerlo, podemos coincidir o no, pero su rol de incomodar, desmontar narrativas y proponer conceptos para interpretar la época es fundamental. En su visión, la filosofía tiene una tarea complementaria pero distinta a la de la política. El político, dice Bifo, no ve lo posible porque está acaparado por lo probable. Y lo probable solo permite ver lo ya conocido, obturando lo que aún no conocemos pero que está frente a nuestros ojos.


    2. Nick Land

    Aquí tenemos a un enemigo. Y si lo incluyo es porque hay que leer con respeto a los enemigos importantes.

    Land es el personaje maldito de la filosofía de los últimos 30 años. Sus trabajos dieron origen al aceleracionismo: una corriente que propone la aceleración tecnológica y la constante revolución de los medios de producción como motor histórico ineludible. Una vertiente de esta corriente encontró una opción de izquierda, pero Land apuesta por un futuro posthumano. Cínicamente plantea que, frente a cada nuevo giro tecnológico, cuando el humanismo grita “¡Hay que hacer algo!”, el momento para hacer algo ya pasó.

    Según Land, su postura es más coherente con la visión marxista sobre los medios de producción que la de la izquierda contemporánea:

    “Entre los neomarxistas hay una tendencia creciente a sepultar toda aspiración del economicismo positivo (el que dice ‘liberar las fuerzas productivas de las relaciones de producción capitalistas’) e instalar en su lugar una desesperación cósmica ilimitada”.

    La crítica de Land a la izquierda vale la pena porque duele: es inteligente y malintencionada. A la posición izquierdista de denuncia permanente, este gurú neorreaccionario la llama miserabilismo trascendental:

    “El tiempo está del lado del capitalismo, el capitalismo es todo lo que me pone triste, así que el tiempo debe ser malo. Los osos polares se están ahogando, y no hay nada en absoluto que podamos hacer al respecto”.

    Con Land vale enojarse. Pero si queremos estar a la altura, tenemos que ganarle la discusión. En serio.


    3. Judith Butler

    Ok, esta es archiconocida. Al menos, su nombre. Pero eso no significa que lo sea en tanto filósofa.

    Como pasó con el “deconstruccionismo” de Derrida, cuya masificación lo vació de todo contenido interesante, las ideas de Butler se diluyeron en la repetición nominal de lo queer. Lo cual, claro, no es lamentable: Gender Trouble, publicado cuando tenía treinta años, alimentó tres décadas de rebelión de las diversidades sexuales.

    Pero es frustrante ver que a veces se hable de un “esencialismo queer”. Leer a Butler es entender que el ataque filosófico al género es más profundo que esa caricatura. Ir contra las identidades esencialistas no significa desconocer la base material de la opresión, como se la ha acusado desde cierto marxismo, ni es una vía para que un adulto se autoperciba menor, como repite idiotamente la derecha. Es un reconocimiento profundo de la performatividad que rodea al género y de la liberación que implicaría desarmar esa rigidez.

    En ¿Quién le teme al género?, Butler vuelve sobre este tema para discutir con los actores políticos que identificaron al género como enemigo. Su teoría fue acusada de:

    1. Amenaza a la seguridad nacional (Rusia);

    2. Amenaza al matrimonio y a la heterosexualidad, incluida la “conversión homosexual” de las infancias;

    3. Conspiración del Norte global para colonizar al Sur global;

    4. Amenaza civilizatoria que desafía el “orden natural” (Vaticano).

    Si queremos saber de qué va la pensadora que reconfiguró el feminismo en las últimas tres décadas, no basta con ningún prejuicio. Hay que leerla.


    4. Alex Williams y Nick Srnicek (2×1)

    Autores del Manifiesto por una política aceleracionista (2013), Williams y Srnicek tomaron el guante de Land… pero devolvieron la cachetada. Su apuesta: enfrentar al capitalismo apropiándose de sus herramientas más avanzadas—IA, robótica, telecomunicaciones—para combatir el trabajo alienado.

    “Es necesario construir el futuro. Porque éste ha sido demolido por el capitalismo neoliberal y reducido a una promesa de mayor desigualdad, conflicto y caos; eso sí, una promesa en oferta”.

    El mérito de este dúo no es solo el llamado audaz a fundar una nueva izquierda internacional con conceptos e identidad propia. También pensaron su versión del comunismo en Inventar el futuro: postcapitalismo y un mundo sin trabajo, y Srnicek analizó como pocos el nuevo panorama laboral en Capitalismo de plataformas.

    Su mensaje es claro: o nos ponemos al día con el mundo productivo actual, o perdemos la partida. No hay nostalgia que valga. Hay que acelerar.


    5. Slavoj Žižek

    Žižek es un rockstar. Tal vez lo conozcan por sus películas. Y si no, vayan a conocerlo.

    Pero no es solo eso. Es un pensador que hizo una de las mejores contribuciones contemporáneas a la teoría de la ideología. Y eso importa, porque en el siglo XXI no alcanza con denunciar la “falsa conciencia” de las masas.

    Žižek complejiza la elección de Matrix entre ficción y realidad:

    “La elección entre la píldora azul y la roja no es realmente una elección entre la ilusión y la realidad. Por supuesto que la Matrix es una máquina de ficciones, pero son ficciones que desde siempre estructuran nuestra realidad… ¡Quiero una tercera píldora! Una que me permita ver no la realidad detrás de la ilusión, sino la realidad en la misma ilusión”.

    Su teoría de la ideología parte de una constatación: nuestras herramientas para simbolizar el mundo son producciones sociales, inestables, disputables. No existe un ojo de Dios.

    Entonces: dejemos de soñar con salirnos de la ideología. Aprendamos a disputar desde adentro.


    BONUS TRACK – No están vivos, pero deberían

    6. Fredric Jameson

    Jameson murió el año pasado, a los 90. Así que permitanme imaginar un mundo donde vivía uno más y entraba en esta lista.

    Sin renunciar a la aspiración revolucionaria, Jameson fue abierto como pocos. Analizó cada corriente filosófica de su época. Teorizó el posmodernismo, releyó a Marx desde un enfoque formal, y expandió la crítica cultural hacia una crítica política radical.

    En Arqueologías del futuro exploró los modos de imaginar el futuro, las distintas vías de construcción utópica disponibles en la cultura. Y dejó una pregunta siempre abierta: ¿es aún posible la utopía?


    7. Mark Fisher

    Y sí. Si no quieren que hable de Fisher, no me llamen.

    Fisher es el menos muerto de nuestros muertos. Su lectura crítica de la cultura pop en busca de futuros posibles no se agota porque haya decidido irse en 2017.

    Su Realismo capitalista cuestiona la idea de que estamos atrapados en un presente eterno. Pero Fisher también fue crítico del aceleracionismo. En Terminator vs. Avatar, atacó como nadie el giro reaccionario de Land.

    Su Deseo postcapitalista (una compilación de clases finales antes de su muerte) es una joya:

    Si el capitalismo es una máquina de generar deseos, no podemos responderle con ascetismo. La apuesta revolucionaria no puede ser menos: debe ser más y mejores deseos.

    Fisher creía que las condiciones materiales para una sociedad sin explotación ya están dadas. Lo que falta es voluntad política. La opresión hoy no es necesidad: es decisión.

    Me quedo con las palabras de su estudiante Matt Colquhoun:

    “¿Quién podrá conectar con la ira y la frustración que él articulaba? ¿Y quién con la alegría y la energía que generaba? La respuesta no es individual, sino colectiva. No se trataba del propio Fisher, sino de un pueblo todavía por venir.”

     

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