El intempestivo ascenso de la ultraderecha está abriendo discusiones en el seno de todas las fuerzas políticas del país. Un joven dirigente decía algo agudo, que la irrupción de un nuevo ciclo político genera reordenamientos y fragmentaciones en todas las fuerzas, ya que los acuerdos que forman las organizaciones están basados en las coordenadas del ciclo anterior. Esto también recuerda a las lecciones de León Trotsky en “Historia de la Revolución Rusa”, cuando menciona la inercias y resistencias que se producen en los partidos revolucionarios en momentos de cambios bruscos de situación y necesidad de giros táctico-políticos.
Ya hemos caracterizado en nuestros documentos fundacionales que, al no existir un gran partido de trabajadores en nuestro país con una dirección histórica probada en la lucha de clases, la izquierda permanece aún en una fase fraccional. Pero la fragmentación y el proceso de reordenamiento va más allá del trotskismo, incluso de la izquierda y las corrientes del llamado “campo popular”.
La izquierda popular atraviesa una fuerte discusión de balance sobre su estrategia de integrar el Frente de Todos tras una gestión que fracasó estrepitosamente tendiendo la alfombra roja a la ultraderecha. Si esta crisis no es lo suficientemente profunda es solo debido al sectarismo del FITU, que ha evitado darse una política que los convoque a un proyecto superador al peronismo.
En el caso de la izquierda roja, el sectarismo y la falta de democracia interna en los partidos mayoritarios ha impedido hasta el momento una reorientación de las organizaciones. Las orientaciones cristalizan en personas que defienden su lugar de dirección. Los giros, cuando se logran, son fruto de una feroz lucha política interna que cambia total o parcialmente las personas en las direcciones partidarias. Una nueva orientación implica otros dirigentes al mando, aunque eso no quiere decir que la vieja dirección sea expulsada o desplazada completamente. Se pueden lograr síntesis o equilibrios si el régimen partidario es sano.
Esto implica que la democracia partidaria, el derecho a agruparse internamente y luchar por una nueva dirección u orientación, no es sólo un problema moral en las organizaciones socialistas, sino una herramienta fundamental para corregir la orientación ante cambios en la situación política. Quienes detentan la dirección de los partidos de izquierda han respondido a los debates expulsando a las tendencias o grupos que han surgido. Esto no ha ocurrido solamente en el trotskismo, sino también en fuerzas como el PC, el PCR y más allá.
La tarea estratégica en el país es poner en pie un partido de la clase trabajadora con un régimen político democrático y que tenga un programa socialsita. Pero este partido no puede surgir de otro lugar que no sea la resistencia que los trabajadores impulsen contra las políticas de ajuste del Gobierno.
Sería ingenuo no reconocer que la situación es adversa. Milei cuenta con un pacto de gobernabilidad de la mayoría de las fuerzas políticas, con el apoyo de un importante sector de la burguesía e incluso con la legitimidad social para hacer valer sus primeras medidas. Mantener una posición purista-sectaria como la que ha tenido la mayoría del trotskismo al comienzo del gobierno de Macri, cuando se negaban a la unidad con el activismo K, o durante el balotaje Milei-Massa, sería un obstáculo para poder ganarse un lugar en el movimiento de resistencia que se avecina. Hay que ser flexible táctica y organizativamente para ampliar la base de apoyo de la resistencia.
Para derrotar el ajuste es necesario que se ponga en marcha la fuerza social de los trabajadores. Al movimiento de estos procesos, que muchas veces suceden pese a lo que haga la izquierda, aportamos en tanto activistas y organizaciones políticas, exigiendo movilizaciones a los sindicatos, organizando asambleas y participando de los espacios de lucha. Pero para constituirnos como alternativa política no sólo debemos participar del proceso, sino propagandizar una solución viable para los problemas estructurales del país.
Debemos instalar un programa socialista que rompa los cánones del péndulo económico de la Argentina entre ortodoxia y heterodoxia. Para eso necesitamos ganar para nuestras ideas a una vanguardia capaz de empalmar con la fuerza social que enfrenta el ajuste en el terreno político, social y sindical.
El FITU, a pesar de sus errores, ha sido una fuerza consecuente en la defensa de los derechos de la clase trabajadora en cada una de sus luchas, ha sabido desarrollar una identidad política a nivel nacional y ha instalado figuras reconocidas ampliamente. Pero quienes queremos superar el problema de una tradición que tiene aspectos sectarios debemos construir nuestros propios referentes, medios, representantes sindicales, políticos y electorales. Solo de esta manera podremos influir en la orientación de nuestro movimiento de conjunto y no quedar presos de posiciones de los referentes ya instalados, que muchas veces son impotentes ante los desafíos de la realidad.
La construcción de una nueva referencia aportará a una renovación necesaria en la izquierda, y por qué no, en el conjunto de la vanguardia y el movimiento de resistencia que comienza a germinar en la Argentina.