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    Economía argentina: Un programa para romper el péndulo

    El desarrollo desigual de la economía argentina, con alta productividad en el agro pero baja en la industria para los estándares internacionales, viene generando hace años una oscilación permanente entre dos modelos de explotación capitalista.

    Cosecha guardada en silobolsas
    Cosecha guardada en silobolsas

    A un ciclo heterodoxo le sucede uno ortodoxo. En términos generales, el ciclo ortodoxo representa el sometimiento total de la Argentina a las leyes del mercado mundial, favoreciendo los sectores que tienen alta productividad (principalmente el agro, aunque ahora podría sumarse la explotación directa de los ricos recursos naturales) por sobre aquellos que no pueden competir con los precios internacionales, como la industria. 

    Carlos Menem, uno de los presidentes de las etapas liberales ortodoxas.
    Carlos Menem, uno de los presidentes de las etapas liberales ortodoxas.

    El ciclo heterodoxo, sin afectar estructuralmente la propiedad privada capitalista, representa la intervención Estatal para garantizar una transferencia de recursos de los sectores más productivos a los menos productivos de la economía argentina. Combina una serie de medidas proteccionistas, subsidios, sustitución de importaciones, etc. 

    Estos planes representan, a su vez, una mediación estatal a determinada relación de fuerzas entre las clases. La Argentina cuenta con una sociedad moderna, educación y salud pública, un alto nivel político y cultural relativo, y un altísimo nivel de sindicalización para los estándares internacionales. Además de fuertes movimientos de lucha con larga historia, como los de derechos humanos o el movimiento piquetero.

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    Sin embargo, al representar una vía inconsecuente en permanente negociación con todos los sectores capitalistas y no ir hasta el final en reformas estructurales, la economía argentina de intervención acumula inercias, se retrasan los precios relativos y cambiarios, se acumula la inflación. La absorción de una parte de los desocupados en el Estado y los subsidios al consumo y la industria obligan a una emisión desenfrenada. Se perjudica el poder adquisitivo de la clase obrera con la inflación mientras se les da dinero en mano.

    El gobierno de Alberto Fernández representó una decepción para los trabajadores que lo votaron para que termine con el ajuste de Macri
    El gobierno de Alberto Fernández representó una decepción para los trabajadores que lo votaron para que termine con el ajuste de Macri

    El problema que se quiere paliar vuelve con más fuerza, se genera endeudamiento, recesión económica, pobreza, despidos, etc. La “burguesía nacional”, tan aclamada por el peronismo, aprovecha el dinero del Estado, pero no son consecuentes con la modernización industrial y de infraestructura necesaria para mejorar las condiciones estructurales, sino con su propio enriquecimiento individual. No se mejora estructuralmente las condiciones de vida de la clase trabajadora.

    Cuando la inercia acumulada es demasiada, la sociedad se decepciona de la vía reformista inconsecuente de desarrollo. Esa decepción abre paso a los discursos liberales. Sucede un giro a la ortodoxia, representado por políticas de shock, ajuste fiscal y productivo, orientación a tratar de conseguir inversiones y liberalización económica. Los ciclos ortodoxos entran en crisis desde lo social, porque  destruyen la industria y el empleo formal, aumentan las tasas de explotación e impiden protecciones que permitan competir y desarrollarse a empresas nacionales. El discurso es siempre el mismo: culpar a la pesada herencia y arengar a que hay que “sufrir” para, en un futuro indefinido, estar mejor.

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    Los últimos 23 años, las coordenadas políticas estuvieron marcadas por las relaciones político-sociales que dejó la rebelión popular del 2001 tras el estallido del ciclo liberal menemista en la economía argentina.

    Al fin de la convertibilidad y al ajuste le sucedió por la rebelión popular que ganó las calles el 19 y 20 de diciembre, obligando al sistema político y al Estado a reconfigurarse, reabsorbiendo el proceso y reconstruir la legitimidad en sus instituciones, gravemente heridas con el paso de 5 presidentes en una semana. El personal político encargado de esa tarea fue el kirchnerismo.

    El kirchnerismo se encargó de relegitimar el sistema tras una sociedad que, rebelión mediante, había empujado el péndulo hacia la izquierda. La estrategia fue, nuevamente, una fuerte intervención del Estado para mediar en la producción, contener a los movimientos sociales y reactivar la economía argentina. Sin embargo, a pesar de que hubo conquistas, como las paritarias, la estatización de las AFJP y las jubilaciones de las amas de casa, por poner algunos ejemplos, no se transformó la matriz productiva del país. La generación de divisas quedó en las mismas pocas manos. Mientras los capitalistas de la ciudad y el campo la “levantaron en pala”, como solía decir Cristina Kirchner, los trabajadores lograron recomponerse sólo durante unos pocos años. Creció la precarización y cristalizó un enorme sector excluido del empleo formal.

    En 2011, este proceso de reconstrucción se trasladó al plano electoral con una reforma que incorporó las PASO. El sistema bipartidista, que había estallado por los aires junto con La Alianza, fue sustituido por el bi-coalicionismo, y la política asamblearia-callejera por la dinámica de la campaña electoral permanente, al multiplicarse la cantidad de elecciones, el dinero invertido en la política partidarias y la publicidad electoral por doquier.

    Cuando la economía subsidiada comenzó a mostrar signos de agotamiento, un sector de los capitalistas del campo y las finanzas giraron hacia una nueva alternativa política cuyo objetivo era operar nuevamente un giro liberalizador y terminar con las concesiones al movimiento de masas. 

    Sin embargo, las condiciones para el giro a la ortodoxia no estaban dadas. Cambiemos no redujo los planes sociales, sino que los aumentó. El macrismo tampoco pudo avanzar con la liberación de genocidas condenados cuando quiso aplicar el 2×1 porque una enorme movilización salió a enfrentarlo. Otro hecho categórico fueron las jornadas del 14 y 18 de diciembre de 2017, que enfrentaron la represión frente al Congreso en rechazo a la reforma contra los jubilados. La calle obligó a Macri a retroceder en su intento de shock y endeudarse con el FMI para llegar al final de su mandato sin más sobresaltos.

    18 de diciembre del 2017
    18 de diciembre del 2017

    El fracaso de una salida por derecha a los problemas económicos y políticos del país posibilitó el surgimiento de los libertarios, cuyo programa económico y político parte de cada uno de los puntos en los que Macri retrocedió. El negacionismo de la dictadura, la liberalización extrema de la economía, el cierre de los programas sociales y los subsidios, el fin de las protestas callejeras, etc.

    Las enormes expectativas de volver a un ciclo de recuperación kirchnerista fueron categóricamente frustradas por Alberto Fernández que, en un marco internacional adverso, con la pandemia y la sequía, legitimó la deuda macrista con el FMI y administró un ajuste en cuotas. El fracaso de la vuelta al intervencionismo le dio un triunfo inobjetable a Javier Milei, que se impuso por 11 puntos de diferencia frente al ministro de Economía de un país económicamente quebrado, con una inflación del 150% anual, una pobreza superior al 40% y casi 10 puntos de indigencia.

    Javier Milei y su programa para la economía argentina
    Javier Milei y su programa para la economía argentina, la cara argentina del fenómeno de extrema derecha mundial.

    El ascenso intempestivo de una alternativa de extrema derecha sin un partido nacional sorprendió. Por un lado, Milei fue expresión de un fenómeno intencional, una nueva derecha extrema que, ante un capitalismo que cada vez ofrece menos futuro, plantea una suerte de darwinismo social. Una ideología de ganadores y perdedores que pretende ser “realista” frente a los “idealistas” de buenas intenciones del capitalismo “democrático” con rostro humano. 

    Los “libertarios” fueron quienes mejor entendieron la modificación que produce en la política la revolución tecnológica-comunicacional, que dio un salto monumental con la cuarentena del Covid-19. Supieron interpelar a una sociedad fragmentada que ha cambiado su composición, con el auge de la precarización digital y tradicional, y a una juventud que ha visto cómo desde hace 10 años sus perspectivas son cada vez más negras.

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    La izquierda venía desarrollándose durante el ciclo político anterior jugando un papel de “ofensiva en la retaguardia”. Su movimiento cobró fuerza tras el estallido del 2001, con el avance reivindicativo de la sociedad ante el ciclo de expansión kirchnerista, y también se debilitó junto a él. Ganó posiciones sindicales cuando se recuperó el empleo con los superávits gemelos, se construyó entre la juventud cuando los jóvenes ingresaban a la política y se proyectó electoralmente con la reforma electoral que aplicó Cristina Kirchner en el 2011, que le permitió crear el FITU y obtener múltiples cargos parlamentarios.

    Sin embargo, el trotskismo no logró elaborar un programa socialista alternativo-superador a los problemas y las inercias del intervencionismo K. Se dejó llevar por una hipótesis constructiva objetivista que esperaba que, habiendo conquistado ser tercera fuerza nacional, la vanguardia giraría hacia el FITU en cuanto el peronismo mostrara signos de agotamiento. La izquierda quedó ubicada como el ala izquierda del intervencionismo, y así fue identificada por la reacción social que apoyó a Milei.

    El ciclo intervencionista se agotó, generando una enorme bronca popular con los políticos del sistema, pero esa bronca empalmó con un programa reaccionario ultra liberal. Milton Friedman solía decir que la tarea de los economistas burgueses es preparar fórmulas e ideas teóricas, porque cuando las crisis se suceden, la sociedad se sirve de las ideas que están en boga. A pesar de ser un consejo para nuestros enemigos de clase, podríamos tomarlo. La izquierda también tiene que instalar sus ideas socialistas, su programa de gobierno y su alternativa para la salida de la crisis antes de que ésta ocurra.

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    La única solución realista al problema del desarrollo económico argentino es una que concentre las palancas de la economía argentina en el Estado, y desde allí, compensar la falta de competitividad industrial con la alta productividad del campo. Aunque hoy siguen siendo capitalistas, países como China y Rusia lograron superar aspectos de la desigualdad de su desarrollo sólo después de pasar por experiencias de economía estatizada, tras las históricas revoluciones que vivieron en sus territorios.

    Para lograr esas transformaciones, el Estado debe estar en manos de la clase trabajadora, a través de un partido que responda a sus intereses, que aplique cada una de sus políticas pensando en su desarrollo y mejorando su calidad de vida. Ni el ultra liberalismo, ni el populismo de conciliación de clases son alternativas para solucionar la encrucijada argentina. No se puede esperar resultados diferentes si la producción está en manos de los mismos de siempre.

    Desarrollar la industria a gran escala en Argentina sería posible si las palancas de la producción estuvieran en manos de los obreros organizados y no de los capitalistas fugadores y saqueadores. Para que esto ocurra, los trabajadores, que son los verdaderos interesados en este desarrollo, deben ejercer un control sobre el rumbo de la producción, si debe evitar la fuga de capitales mediante el monopolio de la banca y el comercio exterior y si contar con las divisas del agro. También es necesaria la estatización de la explotación de nuestros recursos naturales en lugar de permitir el saqueo por un puñado de multinacionales que dejan un mínimo de regalías.

    Debemos romper con el FMI y no pagar la deuda externa, una estafa para mantener a nuestro país sometido bajo la bota del imperialismo. A su vez, estos recursos permitirían fortalecer la infraestructura del país, poniendo en marcha la fuerza social de la enorme masa de trabajadores excluidos que hoy cobran subsidios o tienen trabajos precarios.

    Hay que propagandizar estas ideas, proponiendo una alternativa obrera y socialista a la crisis en curso. La aplicación parcial de algunas de estas medidas, o medidas transitorias en ese sentido, podrían empezar a marcar una perspectiva de futuro diferente para nuestro país. La transformación en una Argentina digna para nuestra clase es posible si vamos por un camino socialista.

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