No seamos la generación que dejó morir a la universidad pública. La frase circuló en un comunicado durante el mes de abril, previa a la marcha federal educativa que congregó a cientos de miles en las calles, dando la pauta de que la destrucción del sistema educativo no sería una batalla sencilla para este Gobierno.
Quizás suene un poco catastrofista. No lo es. El filósofo inglés Mark Fisher menciona que antes del Gobierno de Margaret Thatcher, nadie se hubiera imaginado el poco peso que tendrían los sindicatos en el parlamento los años posteriores. El ataque al sector minero, que desencadenó una histórica huelga finalmente derrotada, representó un durísimo golpe para la organización colectiva obrera. Por el peso del sindicato minero, representó una lucha del thatcherismo contra la línea de mayor resistencia, clave para modificar estructuralmente esa sociedad en un sentido neoliberal.
Mark destaca el debilitamiento de los sindicatos es uno de los principales factores para la instauración del realismo capitalista, (la idea de que “no hay alternativa” frente a este sistema social de dominación), porque son espacios a los que acudir ante los problemas individuales que causa la explotación, mediando entre lo que las personas sienten y su organización. Fisher llama a este proceso “la privatización del estrés”, un enfoque de los problemas que es cada vez más individualista y fragmentario.
¿No son las universidades públicas argentinas un espacio amplio, social y masivo, que permite una cierta mediación ante los problemas cotidianos de la explotación? Desde esta perspectiva, el ensañamiento de Milei con la educación superior no es simplemente un problema de “defensa del déficit fiscal”, sino una importante pelea en su batalla cultural por transformar de raíz nuestra sociedad. Un paso en su cruzada por destruir, desde la extrema derecha, todos los espacios y tradiciones de solidaridad que conforman la férrea resistencia de la clase trabajadora y la juventud argentina.
El desborde del autoritarismo
Durante la inauguración del “Palacio Libertad”, el Presidente habló del “mito de la universidad gratuita”, calificándola como “un subsidio de los pobres hacia los ricos”. Además, dijo que la universidad dejó de ser una herramienta de movilidad social para ser un obstáculo para la misma”.
Argentina cuenta con más de dos millones de estudiantes universitarios. Ese dato por sí mismo debería bastar para considerar sospechosa la afirmación de Milei de que los pobres no llegan a la universidad, teniendo en cuenta que más de la mitad del país es pobre (índice que empeoró gravemente desde que asumió el Gobierno libertario). Las estadísticas muestran que 4 de cada 6 estudiantes están por debajo de la línea de pobreza.
La consultora Zurban Córdoba evaluó el impacto de estas frases, revelando que el 80% está en contra de lo que dijo el Presidente, incluyendo al 65% que rechaza su afirmación entre quienes lo votaron.
Pero si el Gobierno es minoría en sus concepciones sobre la universidad pública entre la masa de la población, también lo es en el parlamento. Cuando se ratificó el veto a la Ley de Financiamiento Universitario en el Congreso, Milei obtuvo 84 votos, contra 160 y 5 abstenciones. Estos números representan un “blindaje” al Gobierno, que mediante vetos y decretos de necesidad y urgencia, fuerza el sistema parlamentario y ejecutivo hasta el límite de lo antidemocrático. Es por ello que agasajó con un asado a los parlamentarios que le permitieron mantener el veto a la reforma jubilatoria, (amén de los “panquequeos y compra de voluntades).
La marcha federal educativa de abril fue convocada principalmente por los rectores. Contó con una gran masividad, pero luego la estrategia de negociación de las autoridades universitarias entró en crisis cuando ni siquiera pudieron lograr que los bloques votaran en pleno contra el veto de Milei. El veto despertó finalmente al movimiento estudiantil, desatando una ola de tomas y actividades a lo largo y ancho de nuestro territorio, incluso haciendo entrar en escena a universidades que no tienen una tradición de lucha como lo es la UBA.
La potencialidad de este movimiento es enorme. Los límites antidemocráticos del sistema, que le están permitiendo a Milei gobernar con un tercio del parlamento impulsando leyes que la inmensa mayoría de la población rechaza, se encuentran ahora con una resistencia extra-institucional. La recuperación de los métodos históricos del movimiento estudiantil: asambleas, tomas, movilizaciones y clases públicas. Esto podría ser el germen de una radicalización por izquierda que muestre un camino para derrotar el plan Milei.
Es en función de este desborde que, en los círculos íntimos de Casa Rosada, corre que “los zurdos quieren desestabilizar al Gobierno”.
Polarización y provocaciones
“En la década del ’70 también se tomaban universidades. Se tomaban universidades y después se generaba un movimiento que utilizaba la violencia para expresar sus posiciones, se convirtió en guerrilla subversiva y generó después la represión”.
Las palabras surgieron de la boca del “funcionario negociador” del mileismo, Guillermo Francos, jefe de Gabinete. Es llamativo cómo habla de que, como si se tratara del crecimiento de una plantita, las tomas se convirtieron en guerrilla y eso “generó” la represión.
Mediante una campaña de desprestigio, el Gobierno busca romper los consensos que impiden un desborde por derecha del régimen. Así como lo hicieron con las denuncias contra dirigentes sociales y el protocolo antipiquetes, que utilizaron para justificar la represión a las movilizaciones. Ahora preparan el terreno para poder reprimir a los estudiantes. Si se instala que los estudiantes que luchan en defensa de sus facultades son en realidad subversivos que buscan tirar al Gobierno, se los puede reprimir.
Sin embargo, la enorme legitimidad del reclamo está dificultando esa tarea. Hechos como que hasta Mirta Legrand apoye a la universidad pública son muestras de esto mismo. Algo que representa una dificultad para la estrategia mileista de instalar como eje “los negociados de las gestiones y la necesidad de auditar las facultades”, en lugar de ver la situación como lo que verdaderamente es: un ataque a la universidad por parte del Gobierno.
Además de la campaña mediática contra las tomas, hubo una serie de provocaciones directas dignas de señalar. Estuvo el caso de Fran Fijap, un provocador por redes sociales que, rodeado de infiltrados de civil, fue corrido de la última movilización educativa. También ocurrió que un grupo de militantes libertarios arrojaron gas pimienta en la Universidad de Quilmes para impedir que se desarrolle una asamblea donde se discutía la toma. Otro hecho fue registrado en video y difundido en redes sociales: unos energúmenos gritando “es exactamente lo que voté”, mientras la policía se lleva a un joven detenido tras una trifulca en una asamblea. Aunque llamativos y ruidosos, aún son casos aislados.
A diferencia de Trump y Bolsonaro, el mieismo no cuenta todavía con un movimiento extendido de bandas organizadas capaces de actuar extra institucionalmente como fuerzas de choque, pero su objetivo es sin duda crearlas. Es ilustrativo el video que “se filtró” del asesor presidencial, Santiago Caputo, entrenando tiro en una suerte de circuito de combate urbano. ¿Busca causar un efecto emulación en sus militantes, o acaso generar amedrentamiento? La pose badass de Caputo contrasta con la imagen de Fijap completamente desparramado contra una cortina de hierro tras ser corrido de la movilización educativa.
Una lucha decisiva
Tanto por sus métodos como por su programa de transformación radical reaccionaria, el grado de daño que puede causar el gobierno de Milei no debe ser subestimado. A diferencia de la estrategia que empleó Macri en su momento, Milei eligió ir contra la línea de mayor resistencia, porque un triunfo en ese campo podría desmoralizar y permitirle avanzar luego en otros terrenos.
La respuesta ante los ataques y las provocaciones tiene que ser la masividad y la búsqueda de espacios de coordinación con los trabajadores y colectivos que sufren el ajuste del Gobierno, así como la denuncia y clarificación ante la sociedad, que mayoritariamente apoya el reclamo de la juventud universitaria.
La entrada de cientos de estudiantes al proceso de lucha en defensa de la universidad pública puede ser el anticipo de una ruptura de la juventud con el mileismo. Hay que tener flexibilidad táctica para que la lucha no quede aislada, pero a la vez mantener la independencia política y organizativa mediante los métodos clásicos del movimiento estudiantil: las asambleas.
La lucha universitaria es hoy la punta de lanza para defender los espacios de organización colectiva y solidaridad que caracterizan a la sociedad argentina ante un Gobierno de extrema derecha que quiere dejarnos sin herramientas para defendernos. La pelea contra el ahogo presupuestario, impulsada de manera autoritaria y antidemocrática es, sin dudas, una batalla decisiva. No seamos la generación que dejó morir la universidad pública, seamos la generación que luchó y defendió uno de los baluartes de nuestro país.