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    Rock and roll: el baile que marcó a varias generaciones

    “Antes, la juventud no existía, eran los padres con pantalón corto”. El textual de Charly García dimensiona la irrupción del rock and roll en el mundo y le recuerda a algún desprevenido lo literal de la histórica frase “ponete los pantalones largos”.

    Lo primero que encontré cuando quise saber más acerca de esta ridiculez de dejar las piernas de los niños al descubierto a pesar del frío, fue una publicidad de los años 50 de la popular tienda Gath&Chavés: “Vista a su nena como una damita y a su nene como un gran señor”. El slogan venía acompañado de un curioso e incómodo traje de pantalón corto para los nenes y de pollera para las nenas. No es difícil imaginar que tampoco abundaba la gama de colores y los tonos grises y marrones abarcaban casi toda la prenda.

    Cuando llegaba el pantalón largo, llegaban las responsabilidades laborales y en el medio no había nada de nada. Los niños que ahora eran jóvenes se limitaban a reproducir la vida de sus padres, usaban la misma ropa, escuchaban la misma música e incursionaban en los mismos trabajos.

    El nacimiento

    El 25 de marzo de 1955 se estrenó la película Blackboard Jungle, traducida al español como “Semilla de Maldad” y una de las piedras basales de la historia del rock and roll por incluir por primera vez el ritmo y el baile del género musical que iba a ser la banda sonora de una nueva generación. El encargado de tamaña responsabilidad fue Bill Haley, un estadounidense que venía del palo de la música country y que aportó a la película su versión de Rock around the clock, el tema que a partir de ahí se convertiría en un clásico eterno.

    La explosión de la película en occidente cambió la lógica cultural y social para siempre, más allá de haber sido censurada en algunos países. El Rock and Roll estaba hecho por y para los jóvenes que, por primera vez, tenían un baile propio, letras que hablaban sobre sus amoríos y sus ganas de divertirse y un estilo musical por demás pegadizo.

    Pero hoy la idea no es hablar de música, sino del baile. Al igual que en las coreografías viralizadas a través de tik tok, Blackboard Jungle les enseñó a bailar a todos los jóvenes de Estados Unidos y el mundo. Según cuenta Pipo Lernud, músico, periodista y voz autorizada para hablar de la historia de la cultura argentina, en Buenos Aires los jóvenes salían del cine y se iban a bailar rock and roll al Obelisco.

    No era para menos. El nuevo baile garantizaba adrenalina, locura, rebeldía y seducción. Requería destreza, pero no discriminaba al patadura que se las rebuscaba moviéndose sólo en su lugar. El cuerpo estaba totalmente liberado.

    En pleno auge vino a la Argentina el mismísimo Bill Haley. La gira incluyó varias presentaciones y la condecoración a Eddie Pequenino como “El rey sudamericano del Rock and Roll”. Aparecieron numerosos músicos locales que conquistaron a la juventud enardecida y, como siempre, las discográficas aprovecharon el boom para hacer su propio negocio. Pero cuando todo era baile y diversión, el rock and roll empezó a exigirse otra cosa.

    Cuando el Rock and Roll se vuelve Rock

    Mientras Elvis todavía generaba suspiros con sus movimientos en el escenario y Los Beatles no podían escuchar sus propios instrumentos por el griterio desquiciado de sus fans, una nueva bocanada de rebeldía se empezaba a asomar. El contexto de guerra en Estados Unidos, la disconformidad social y económica de un importante sector de la juventud y la experimentación sonora de los músicos, cambiaron el concepto cultural del rock and roll, ahora llamado simplemente rock. A partir de ese momento, se liberaba la mente, el espíritu y las ideas. La música también cambió y la rebeldía del género entró en una nueva etapa que duraría años.

    El protagonismo pasaba a ser de los músicos, sus melodías y sus letras. El baile dejaba de ser el eje de la noche y empezó a refugiarse en rockerias que cobijaban a los jóvenes con ganas de seguir tirando esos pasos aprendidos en los años 50.

    Al igual que en el mundo, el baile del rock and roll ya no era la moda en Argentina. Las nuevas décadas trajeron la música disco, el pop, los sonidos latinos, urbanos y tropicales, con su más que lograda adaptación local. Pero a diferencia del resto de los países, acá se mantuvo una tradición ligada a las bases sociales y culturales del género.

    Tal vez sea la estrecha relación que tenemos con los Rolling Stones, que a su vez originó el nacimiento de una subcultura que hizo su propia interpretación de sus majestades satánicas: el Stone argentino. Tal vez sea nuestro carácter familiero y amiguero el que nos hace compartir las pasiones y continuar los legados.

    Todo el mundo a bailar el rock

    Lo cierto es que, en cualquier rincón del país, seguimos encontrando una pareja bailando rock and roll. El que bailaban tus tíos en navidad, el que te dejó con la boca abierta cuando fuiste a tu primer cumpleaños de 15, el que intentaste en un fiesta para seducir a esa persona que te enloquecía, el que te encontraste bailando casi sin darte cuenta porque ese ritmo te movió los pies.

    Javier Bertino es una de esas personas que siguieron un legado y mantienen la llama encendida. Es profe y militante del rock and roll. Recorre los barrios del conurbano enseñando los pasos, transpirando la camiseta y compartiendo la pasión por el baile. Javier es rockero y el término utilizado no es ninguna casualidad: “el rockero es el que va a rockerias y tiene un modo de vida diferente al resto de las personas porque le da mucha importancia al hecho de ir a bailar. El rocanrolero, en cambio, es el que sale de vez en cuando y, si bien disfruta de bailar rock, si pasan otro ritmo, lo baila igual”.

    Esta curiosa diferenciación para cualquier desprevenido, también tiene un carácter geográfico: “en capital hay más rocanroleros y en el conurbano hay más rockeros”. La gira por las distintas rockerias del Gran Buenos Aires incluía al Noa Noa en Lanús, Taos en Solano, Los Indios en Moreno, No se dice bailable de José C. Paz, El Diablillo en Zona Norte y La Rockería, a pasos del Puente La Noria, entre tantos templos, algunos que hasta el día de hoy siguen en pie. En capital, La Reina de Flores sigue siendo un clásico de los sábados y Mvseo Rock resucita de vez en cuando para encender la noche porteña a puro rock and roll.

    El legado de Javier es tradición familiar: “la pasión la viví en casa de mis abuelos desde que era chico. El patio era la pista de baile del barrio y miraba a mi tío que era un gran bailarín”. Ahora le toca enseñar a él y seguir contagiando a lo largo del país esa fiebre que ya tiene casi 70 años y que, tal como canta Neil Young, “no morirá jamás”.

     

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