El gobierno neoliberal-ultraderechista de Javier Milei consiguió un momento de relativa estabilización luego de la sanción de la Ley Bases. Un triunfo que obtuvo gracias a la unificación (por lo menos coyuntural) del establishment político-económico alrededor de un programa de contrarreformas antipopulares: reforma laboral, privatizaciones, desregulaciones, apertura indiscriminada a la explotación extranjera de nuestros recursos, etc. Ese mismo establishment (PRO-UCR- ala derecha del PJ) le regaló también la foto triunfalista del “Pacto de Mayo”, formalizando ese acuerdo programático en una especie de “manifesto refundacional” reaccionario.
Alcances y límites de la estabilización
El alcance de esta estabilización, sin embargo, no debe ser sobreestimado. En el terreno económico se enfrentó en el corto plazo con una corrida cambiaria, a través de la cual el “mercado” manifestó sus dudas con respecto a todo el plan Milei-Caputo. La apertura del cepo aparece cada vez más lejos porque no hay dólares, y el tipo de cambio le va resultando atrasado a los sectores exportadores. Pero devaluar el dólar oficial implica un nuevo salto inflacionario, y el Gobierno le viene huyendo a esta perspectiva: la (relativa) estabilización de los precios es el único “caballito de batalla” que puede presentar en lo que va de su gestión.
En el terreno social (“el bolsillo de la gente”), la situación sigue deteriorándose, y por primera vez las encuestas empiezan a registrar que importantes sectores de la sociedad responsabilizan de ello al actual Gobierno. La imagen positiva que conserva Milei se centra en que todavía subsisten expectativas de mejora, pero esa misma reserva viene en declive (aunque el ritmo de esa erosión subjetiva no está todavía muy claro).
En el terreno de la superestructura política, la foto del “Pacto de Mayo” no debe tampoco ser leída de manera unilateral. A pesar del acuerdo programático en las contrarreformas, el propio establishment conserva (de forma latente o no tanto) sus divisiones. El PRO liderado por Macri se encuentra incómodo con la hegemonía libertaria y ya viene ensayando distintas formas de “soltarle la mano” (siempre que no comprometa la gobernabilidad), como mostró la disputa por los fondos porteños de la coparticipación. Esto, a su vez, llevó al PRO a una crisis interna con el sector bullrichista.
Estas divisiones, así como la persistencia de ciertas tradiciones democráticas, inclusive entre la clase media gorila, debilitan también la pretensión de Milei de establecer un control totalitario sobre la protesta social, el manejo del discurso público y la legislación. Un ejemplo es la universidad pública: el intento del gobierno de avanzar contra ella en una “guerra relámpago” político-ideológica fue derrotado de manera sonora, aunque continúa una “guerra de desgaste” a través del ahogo presupuestario -que todavía no se logró quebrar. En el terreno represivo, aunque el Gobierno consiguió un avance cualitativo con las detenciones del 12 de junio (que objetivamente generaron un efecto de disciplinamiento), las sucesivas órdenes judiciales de liberación de los detenidos pusieron también límites a los alcances más extremos de la política pinochetista del Gobierno.
En cuanto al campo popular, es importante remarcar que existió una muy importante resistencia a todos estos avances: las jornadas de paro y movilización de la CGT, la marcha nacional universitaria, los cacerolazos y expresiones “espontáneas” contra el DNU y la ley Bases, el 24 de marzo, las movilizaciones piqueteras y otras. Es cierto que no se alcanzaron niveles de conflictividad del tipo “rebelión popular”, pero también es cierto que todo esto ocurrió en un plazo inusualmente corto para la vida política: el Gobierno apenas superó medio año de mandato.
Este dato es muy importante, porque la relación de fuerzas que se reflejó en las urnas (56% para la ultraderecha) difícilmente pudiera “evaporarse” tan velozmente. Más aún cuando refleja procesos y tendencias de largo plazo: el bloque derechista viene avanzando, reagrupando y peleando su “batalla cultural”, por lo menos desde el “conflicto gobierno-campo” de 2008, y tuvo importantes hitos en el triunfo macrista de 2015, así como en el despunte de la nueva ultraderecha a partir de la pandemia. La ofensiva ideológica reaccionaria tampoco es un fenómeno local: en ese mismo marco temporal podemos ver fenómenos muy similares en todas las latitudes, y estas últimas semanas se reafirmó con el fuerte avance electoral (afortunadamente derrotado) del partido de Marine Le Pen en Francia.
En ese mismo sentido, si bien el 56% que votó a Milei en el ballotage reflejaba elementos genéricos de “hartazgo hacia lo que había antes” (inflación, corrupción, etc.), también es cierto que las encuestas -y la conversación pública en general- vienen reflejando hace largo tiempo todo tipo de lugares comunes conservadores y gorilas: un clima de opinión que objetivamente viene girado a la derecha y que no llegó todavía a revertirse. Para ello falta tiempo, paciencia, lucha social, construcción política y posiblemente un poco de suerte.
Una hipótesis de reagrupamiento: el frente Patria y Futuro
La perspectiva de derrotar al gobierno de Milei requiere dos frentes simultáneos. Por un lado, conserva plena centralidad la resistencia en las calles: más allá de que pueda ingresar en un impasse momentáneo por la cercanía de la aprobación de la Ley Bases, sin duda alguna volverá a agitarse cuando se vaya disipando su efecto y a medida que aumente el malestar social. Aquí se jugarán buena parte de las relaciones de fuerzas y las condiciones de posibilidad hacia el futuro.
Por otro lado, también es importante poder trabajar en la perspectiva de una alternativa política. Derrotar a Milei implica, más tarde o más temprano, elegir a otro gobierno mejor. Poder incidir en qué aspecto podría tener ese nuevo gobierno es de gran importancia en sí mismo. Y también lo es poder mostrarle a todos los que hoy están descontentos que no estamos condenados a la ultraderecha: que tenemos opciones mucho mejores, que hay luz al final de túnel. La esperanza también juega un muy importante rol en la lucha popular, especialmente porque uno de los mayores factores desmovilizadores es la idea de que “no hay alternativa”.
Desde la izquierda popular nos encantaría poder poner en pie un gobierno socialista, pero sabemos que esa perspectiva no está hoy presente en el imaginario social en Argentina. En la conciencia popular, la imaginación más progresiva sigue estando ligada a experiencias como las de los gobiernos kirchneristas (2003-2015). Sabemos que la mayor parte de los sectores de la sociedad que comparten elementos de nuestra visión del mundo vienen votando a Unión por la Patria, el Frente de Todos, etc. y que difícilmente vayan a dejar de hacerlo en el corto plazo. Si bien no sería correcto hacer afirmaciones temerarias al respecto (la política es muy dinámica en Argentina, y últimamente también en todo el mundo), no parece hoy que vaya a abrirse un gran proceso de ruptura por izquierda con el universo político “nacional y popular”.
En esas condiciones, el proceso de reagrupamiento político más interesante que aparece en el corto plazo está ligado a la figura del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. Hay allí varios elementos que resultan puntos de apoyo para nuestra intervención política.
En la calle, para defender la Patria 🇦🇷
A los que sueñan con vernos de rodillas, a los que se entregan y a los que se rinden, les decimos que no cuenten con nosotros.
Hay mucho pueblo dispuesto a enfrentar a este modelo, salgamos a cambiar el rumbo de la historia. pic.twitter.com/0ODr78mqX1
— Patria y Futuro (@PatriayFuturoAR) June 13, 2024
En primer lugar, su perfil abiertamente progresista, que contrasta contra los intentos de reconstruir al peronismo en clave conservadora. En segundo lugar, la decisión política tomada por él y su equipo de levantar un perfil inconfundiblemente opositor a Milei, de apoyar claramente y sin ambigüedades las luchas populares contra el Gobierno nacional, e inclusive de apostar al reagrupamiento de los sectores populares y progresistas. En tercer lugar, una base electoral lo suficientemente grande como para ganar dos veces seguidas la provincia, inclusive en el marco de un avance general de la derecha. Por último, si bien su figura no puede presentarse como parte de una “nueva política”, la coherencia de su trayectoria y perfil austero lo hacen contrastar con los rasgos más estridentes de “la casta”, y su gestión puede mostrar logros concretos que hoy ya despiertan la simpatía de sectores numéricamente considerables.
Alrededor de estas premisas comenzó a desplegarse a nivel nacional la construcción del frente popular Patria y Futuro. Se trata de un reagrupamiento aún incipiente, pero que busca relanzar la construcción de una alternativa política progresista tanto en las calles como en las urnas. Un espacio que reúne a agrupaciones de diversas identidades y trayectorias políticas y que aún se encuentra construyendo sus acuerdos, pero que tiene el mérito de haberse planteado una hipótesis más que razonable para ordenar la intervención colectiva, y que remarca la importancia del debate y aporte democrático de todos sus miembros.
Un espacio que, en definitiva, puede contribuir al reagrupamiento de los sectores de la izquierda que comprenden la necesidad de una perspectiva frentista, conservando al mismo tiempo su propia identidad e independencia política, y acumular estratégicamente en la construcción de una alternativa progresista al P.J. y los aparatos tradicionales.