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    ¿Hacia un fin de ciclo político?

    Si trazáramos un arco sobre una línea de tiempo desde el 2001 al 2023, tendríamos un gráfico de reinstitucionalización del país, con su ascenso desde su punto más bajo, la rebelión popular de diciembre del 2001, y el regreso a la crisis institucional y desprestigio del régimen al que arribamos en la actualidad.

    Un poco de historia

    El 2001 hundió el sistema de partidos, dejando a la UCR herida de muerte tras la desastrosa gestión de De La Rúa y su caída producto de la rebelión popular. Pero el desprestigio atravesaba todas las instituciones y roles políticos estatales, incluso la burocracia sindical peronista.

    El canto “que se vayan todos”, expresaba el hartazgo con la casta política capitalista tras años de ajustes y austeridad. Las clases medias aunaban fuerza con los desocupados, al canto de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.

    Pero como todo proceso de rebelión, si no cristaliza en una alternativa política que plantee una plataforma superadora, las fuerzas del sistema tienden a reabsorber los procesos.

    Fue el kirchnerismo el personal político encargado de la regeneración institucional. Recordemos que Néstor y Cristina eran, hasta ese momento, un ala del menemismo en Santa Cruz. 

    Supieron leer la situación y darse una táctica para cooptar al movimiento de masas movilizado. Con el péndulo político corrido a la izquierda por la rebelión popular y luego del fracaso del intento de salida represiva de Duhalde y el asesinato de Kosteki y Santillán en la llamada “Masacre de Avellaneda”.

    Los K ensayaron correrse hacia el centro, dar algunas concesiones a los trabajadores, a los organismos de derechos humanos y a los desocupados. La economía mundial los favoreció e invirtieron políticamente los superávits comercial y fiscal para ganarse la confianza de las masas populares.

    La primera presidencia de Néstor, contradictoriamente, triunfó con menos del 25% de los votos, pero su gobierno contó con gran consenso por parte de los capitalistas. Sabían que era la última carta para preservar la institucionalidad. Ese consenso de los empresarios de todo tipo y color fue lo que le permitió llevar adelante medidas progresistas sin grandes sobresaltos.

    El 2001. Una postal de la crisis política, social e institucional.
    El 2001. Una postal de la crisis política, social e institucional.

    Primer choque con la derecha

    Hacia el 2008, un sector de los capitalistas comenzó a sentir que ya habían cedido suficiente en pos de la gobernabilidad y la institucionalidad, que ya no había riesgos que correr. Así fue que la Sociedad Rural, Clarín y otros grupos económicos concentrados comenzaron a plantarse contra los K por derecha. Por supuesto, en beneficio de sus propios intereses.

    Tras las fuertes protestas callejeras de los patrones del campo, las palabras de Cristina fueron: “hagan un partido y ganen las elecciones”. No era un decir, el kirchnerismo seguía cumpliendo a rajatabla su rol, recomponer el sistema institucional capitalista.

    Para facilitar esa recomposición, reformaron el sistema electoral, instaurando las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias. De pronto, un país en el que pocos años antes la mayoría votaba en blanco o no iba a votar, acudía a las urnas en masa 4 o 5 cada dos años, el país entró gradualmente en una dinámica electoral permanente.

    Usufructuando esta plataforma, la oposición pudo unirse para formar Cambiemos. Si el sistema de partidos no era tan fácil de recomponer, al menos se podría crear un sistema de alianzas electorales. Los restos del radicalismo sirvieron como andamiaje orgánico, mientras el PRO daba un “lavado de cara” a la nueva alternativa de la burguesía concentrada.

    También fueron institucionalizados por la vía política electoral aquellos sectores que se apoyaban en la lucha callejera. El piso del 1,5% para poder participar y los requisitos institucionales para presentarse facilitaron la asimilación del peronismo a muchos grupos de centro izquierda.

    La izquierda trotskista, contradictoriamente, logró superar la fragmentación en el terreno electoral, superando los obstáculos e incluso obteniendo un importante, aunque minoritario, peso electoral y algunos parlamentarios. El precio a pagar fue cierta reglamentación institucional de su actividad, un intento del sistema de domesticar a sus adversarios políticos de clase.

    Todo esto nos dice algo de la identidad estratégica del kirchnerismo. Su esencia es la del partido de la institucionalidad, incluso a costa de su propia acumulación de poder como corriente. Llevando esta táctica hacia la posibilidad de su propia negación como expresión política. ¿Qué sentido tiene un partido que viene a reabsorber la rebelión popular por vías institucionales cuando ésta fue completamente apaciguada? ¿Por qué pusieron en pie un sistema de internas que recompuso a la derecha si ellos nunca necesitaron usarlo?

    Su carácter como “expresión institucionalizadora” de la rebelión y su táctica de coopatción es lo que genera confusión en muchos sectores de genuinos compañeros que ven en ese sector como representante incondicional de los intereses de los de abajo. En realidad, su objetivo final es otro: la institucionalidad a toda costa. Salvaguardar, por vías mediadoras, el régimen de explotación.

    El fracaso del macrismo

    El gobierno de Macri fue una primera prueba para “normalizar” en términos capitalistas el país como quería la burguesía del campo. Entró con intenciones de liberalizar tarifas, recortar gasto estatal y aplicar una reforma laboral y previsional

    Sin embargo, las llamas de la lucha en las calles no habían sido del todo apaciguadas. Hubo enormes movilizaciones opositoras. La cantidad de gente presente en cualquier marcha se multiplicaba por dos o por tres. Creció muchísimo el movimiento de mujeres, y hubo grandes hitos, como el freno que se le puso al 2×1 a los genocidas.

    En 2017, con un Macri intentando aplicar reformas estructurales en las jubilaciones y el mundo del trabajo, un gran movimiento de lucha se rebeló frente al Congreso y puso a Mauricio a las puertas del helicóptero. La lluvia de piedras, los escudos improvisados por la vanguardia de la muchedumbre y las escaramuzas contra la polícía parecieron revivir, por un día, el clima político de la rebelión popular.

    Las semanas y meses siguientes hubo varias movilizaciones estudiantiles y de trabajadores. El kirchnerismo lanzó el operativo “hay 2019”, para que la bronca se canalice en una candidatura electoral. Nuevamente, el verdadero carácter de esta corriente era revelado. La institucionalidad incluso por encima de un genuino avance en la lucha del pueblo por sus intereses. “Macri tiene que gobernar hasta el último día de su mandato”, dijeron.

    Pero además, la candidatura para retomar el “crecimiento con inclusión” era ni más ni menos que Alberto Fernández. Un ex lobbista de Clarín elegido porque su amistad con los mercados le permitiría una gobernabilidad que a Cristina no.

    La historia reciente es más que sabida, con el albertismo se redoblaron las cadenas de sometimiento al FMI establecidas por Macri, aumentó la pobreza y licuó los salarios y el gasto estatal. La “gran táctica” de Cristina derivó en los mayores flagelos para los sectores populares.

    Pero el escenario actual no es sólo el del fracaso de una estrategia política, sino también del reformismo institucionalista practicado desde 2003 a la fecha, que prometía avanzar en derechos y mejoras sustanciales mediante las vías institucionales.

    Una brutal represión se desató el 14 y 18 de diciembre frente al Congreso.
    Una brutal represión se desató el 14 y 18 de diciembre frente al Congreso.

    El panorama electoral

    Todo indica que el peronismo, por primera vez, dirimirá su identidad en una interna. El mecanismo creado para sostener partidos en crisis tras el profundo desgaste de la institucionalidad vivido en la década pasada.

    Juntos por el cambio es un espejo invertido del Frente de Todos. Mientras que en el peronismo no hay acuerdo y la tendencia a la dispersión y la ruptura se acrecenta, en la coalición opositora la división sucede por la especulación de que quien gane la interna podría tener asegurado el sillón de Rivadavia

    Sin embargo, ambas gestiones han fracasado ante los ojos de las amplias masas y acumulan un altísimo desprestigio.

    Si Massa, Alberto o Wado representan la defensa de un statu quo mediocre, Juntos por el Cambio representa el sinceramiento de la crueldad. Explicarle a la gente que un plan de estabilización de ajuste es necesario.

    La irrupción de Milei no se explica en que la gente adhiera a su programa o ideas, sino porque representa una salida facilista, amparada en la bronca con el fracaso de ambas coaliciones mayoritarias. Es la promesa de que el ajuste lo va a pagar la casta política y no la población. Defiende un liberalismo brutal y reaccionario, y un retroceso en todo lo referente a los derechos sociales y democráticos.

    Por su parte, la izquierda se debate implícitamente entre el electoralismo y las calles. Muchos años de participación parlamentaria, programas de televisión y propaganda electoral, de alguna manera moldearon determinada imagen frente a múltiples sectores. No se debe desconocer que el trotskismo acompaña cada lucha de trabajadores y tiene fuerte influencia en el movimiento piquetero y el estudiantado. Sin embargo, por momentos se lo ve demasiado encerrada en su propia interna político electoral de espalda a los trabajadores.

    Si quiere salir de su encerrona, tiene que superar la tentación de hacer una campaña posibilista para obtener representaciones parlamentarias. Si bien no está planteado para el trotskismo ganar las elecciones, se debe cumplir la tarea de luchar por una clarificación política para enfrentar el peligrosísimo discurso reaccionario que se está abriendo paso ante el fracaso del institucionalismo de centro y la nueva derecha.

    El ascenso de la ultraderecha es un peligro real. ¿Qué pasaría si Larreta le gana la interna a Bullrich y, por la fragmentación de ambas coaliciones mayoritarias, Milei fuera el candidato más votado individualmente en las PASO?

    No se descarta que pudiera trepar sobre los votos “halcones” del PRO y abrirse un inesperado camino al ballotage. Un escenario que plantearía un peligro brutal para el movimiento de masas, democrático, el movimiento de mujeres y los trabajadores.

    En la medida que los trabajadores reaccionen, se movilicen y protesten, la izquierda puede ganar fuerza en la lucha consecuente junto a ellos, pero nunca podrá proyectarse como alternativa si no plantea soluciones a los problemas estructurales del país.

    Sobre la base de la discusión de un programa global, alternativo y anticapitalista, la izquierda debe buscar nuclear a todos los sectores que quieran resistir el embate derechista del régimen.

    La pérdida del poder adquisitivo, el sometimiento frente al imperialismo, incluso problemas graves como la degeneración del régimen democrático y la descomposición social que plantea la inseguridad deben ser abordados de frente para presentar soluciones radicales, opuestas por el vértice a las de los reaccionarios.

    Para eso es necesaria una amplia deliberación que incorpore a la vanguardia obrera y popular. No tenemos por delante una campaña electoral más en la que se pueda hacer una campaña por uno o dos diputados, necesitamos una instancia orgánica para aunar fuerzas y debatir nuestra perspectiva, poner en pie órganos de coordinación y aunar un programa global para dar la batalla ideológica ante amplios sectores.

    Hay que reagrupar fuerzas y, en medio de esta crisis monumental, dirigirse a amplios sectores de trabajadores con nuestras propuestas. Planteándoles que la salida no está hacia la derecha, sino hacia la izquierda. Que el peligro a futuro es inmenso y que llegó la hora de comenzar a organizar la resistencia.

     

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