Las primeras veces que escuchamos a Javier Milei, lo leímos con cierta subestimación. Nos parecía simplemente un personaje extravagante, que rozaba la locura, y que se adueñaba de los programas de televisión por sus eufóricas y delirantes apariciones, donde expresaba un odio visceral contra el comunismo. Sin embargo, no se trataba de actuaciones esporádicas ni simples derrapes; era la auténtica manifestación de su pensamiento, transmitida a través de la señal de cable y dirigida a miles de televidentes.
El comunismo, según Milei, es la raíz de todos los males que afectan a la sociedad, y bajo su equivocada concepción, llama comunista a todo aquel que piense diferente a él. Es decir, a quienes no adopten las ideas de un capitalismo de libre mercado. En su amplia gama de comunistas no solo incluye a Marx, Lenin o Trotsky, también a peronistas y radicales. Incluso, lleva esta categorización a un burdo extremo cuando incorpora al ex jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, del PRO.
La batalla cultural
De esta manera, cada día da una lucha contra sus enemigos, y le importa poco si, en definitiva, existe alguna sociedad comunista en la actualidad, o si lo que él entiende de ese término está relacionado con los ideales por los cuales fue constituido: la justicia, la libertad y la igualdad social, todos ellos antagónicos al capitalismo que él profesa.
Por ejemplo, hace pocos días Javier Milei decidió visitar la que fue su escuela primaria, Cardenal Copello, para participar de la inauguración del periodo de clases. Durante aproximadamente una hora, desarrolló un discurso enérgico contra el marxismo cultural y el comunismo. Expresando con total desprecio, lanzó: “Estábamos tan contaminados de socialismo, teníamos tanto rojo encima, que lo natural era que la revolución fuera liberal”.
En el transcurso de su monólogo dos alumnos del instituto se desmayaron, según él, lo que generó la descompensación fue que utilizó el término “comunismo”, como si fuera un conjuro que provocara hechos mágicos.
En otro momento de su discurso y abandonando cualquier tono de broma, el líder político hizo una recomendación peligrosa a los estudiantes de la escuela. Profundizando en su diatriba anticomunista, hizo referencia al último golpe de Estado e instó a que lean ambas partes de la “biblioteca”. Con esta metáfora, el Presidente deja ver su negacionismo respecto del terrorismo de Estado.
Persecución ideológica
En otro caso de macartismo, el Ministerio de Seguridad, liderado por Patricia Bullrich, notificó días atrás: La Policía Federal detuvo a un joven acusado de amenazar de muerte al Presidente de la Nación. Así informaron el arresto de un adulto de 29 años, ordenado por la Justicia, por supuestas amenazas al presidente Milei. El informe oficial resaltó como agravante que el acusado además “contaba con vínculos con grupos comunistas”. El origen de la investigación se debió a una denuncia de un usuario de Instagram después de una discusión política.
“Contaba con vínculos con grupos comunistas que podrían llegar a realizar acciones que atenten contra el orden público”. Aunque parezca un extracto de la Triple A de López Rega o de un diario de la época de la dictadura cívico-militar argentina, se trata del comunicado emitido por el Ministerio de Seguridad para informar sobre la detención de dicho joven.
Como era de esperarse, cuando allanaron su vivienda, no encontraron armas ni nada relacionado con un posible ataque terrorista, como sugirió el denunciante. El detenido por supuestas amenazas a Javier Milei y a quien la Policía Federal (PFA) consideró comprometido porque en sus redes sociales “demostraba tener un pensamiento ideológico muy afín a la propaganda política de la ex Unión Soviética”, fue excarcelado en menos de 24 horas.
La violencia que ejerce el Presidente y su gobierno ya dejó de ser simbólica y ahora incluye persecuciones ideológicas que atentan contra la democracia. Lo que en principio nos parecía una comedia o ficción ajena de la escena política argentina, se ha convertido en realidad. Lo que antes podía causarnos risa por su extrañeza ahora nos deja en estado de alerta por su peligro.
De la farsa a la tragedia
Una parte de la estrategia del Gobierno consiste en la distracción y el entretenimiento momentáneo de la sociedad. Avanza en la construcción sucesiva de enemigos para que, como una cortina de humo, lo importante se mezcle con lo secundario. Mientras tanto implementa un brutal plan de auteridad económica que afecta a aquellos que dependen de su salario, jubilación o ayuda social.
Sin embargo, este tipo de estrategia conlleva un grave peligro. Con el caso recién citado y con el intento de magnicidio a Cristina Fernández de Kirchner como testigo, ya conocemos las consecuencias a las que puede llevar. La propagación de odio hacia todo aquel que sea opositor o piense de manera diferente al oficialismo es una práctica neofascista.
Esta tendencia cobra mayor relevancia cuando una de las hipótesis que se maneja sobre el futuro del Gobierno predice un giro totalitario. Es plausible que, de encontrarse con límites, Javier Milei pueda tener una deriva autoritaria en la que intente cerrar el Congreso y generalizar la persecución a quienes piensan de manera distinta a él. En este contexto, lo que comienza como farsa podría terminar en tragedia.
El fantasma de Milei
La obsesión de Milei con el comunismo puede interpretarse como una estrategia para sostener el apoyo de sus votantes y justificar sus políticas económicas radicales. De nuevo, poco importa si la definición que da el libertario es la correcta, si es exacta o si se corresponde con su significante. Se trata de crear un enemigo interno culpable de los males de la Argentina, mientras da una pelea ideológica para que la sociedad abrace su ideario liberal y anticomunista.
Sin embargo, contradictoriamente a sus pretensiones, la demonización del comunismo como estrategia de legitimación podría agrupar a un sector importante de la población y socavar la base de apoyo que necesita para llevar a cabo sus profundas reformas. Es decir, introduce un término que, en el contexto actual, había caído en desuso y reactiva un concepto capaz de canalizar el creciente descontento de aquellos que, más allá de su orientación ideológica o afiliación partidaria, sienten la amenaza real de perderlo todo, incluida la posibilidad de sobrevivir con un mínimo de dignidad.
Habrá que ver qué rumbo toma la crisis. En definitiva, Marx y Engels estaban en lo cierto, el movimiento comunista toma la forma de un espectro. Aparece, desaparece y vuelve a reaparecer. Aunque algunos lo den por muerto la idea de comunismo sigue y seguirá existiendo.